Los socialistas, desaparecidos
Los líderes del PS, con posiciones divergentes sobre la huelga, guardan silencio

Ante la reforma del sistema nacional de pensiones que enfrenta al Gobierno de Nicolas Sarkozy con los sindicatos, en el Partido Socialista (PS) cohabitan varias tendencias no siempre compatibles.
Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional (FMI), el socialista francés mejor cotizado en los sondeos, defiende una línea muy semejante a la de Sarkozy: era y es imprescindible elevar la edad de jubilación.
Ségolène Royal, candidata derrotada por Sarkozy en las presidenciales de 2007, ha provocado una gran polvareda nacional invitando a los estudiantes a echarse a la calle para protestar contra la reforma, sin que ella misma haya explicado jamás qué haría para solventar la crisis del sistema nacional de pensiones.
Benoît Hamon, portavoz oficial del PS, es al mismo tiempo el representante del ala más a la izquierda de los socialistas. Propone sencillamente que el Gobierno abandone los debates parlamentarios y vuelva a negociar con los sindicatos; considera razonable la exigencia de no elevar la edad de jubilación.
Federar sensibilidades
Martine Aubry, secretaria general del PS, está obligada a intentar federar esas y otras sensibilidades, apoyando las manifestaciones contra el Gobierno y afirmando que la jubilación a los 62, 65 ó 67 años podría revisarse si los socialistas vuelven al poder.
El modelo político francés y sus propias divisiones permiten al PS criticar a Sarkozy sin que nadie sepa qué podría proponer un presidente socialista mañana. Toda la arquitectura política francesa reposa en la elección del presidente de la República (2012). Tras la elección presidencial, las legislativas eligen una mayoría parlamentaria del mismo o de distinto signo con la que es factible «cohabitar». Strauss-Kahn, Royal y Aubry son candidatos potenciales a la Presidencia. Pero el PS no se decantará por un nominado hasta 2011. Así pues, los posibles aspirantes manejan sus cartas sin desvelar sus intenciones, mientras que el partido como tal se opone a Sarkozy desde posiciones divergentes.
Desaparecidos de la primera línea, Strauss-Kahn guarda un prudente silencio para no irritar a la izquierda socialista; Ségolène tira a toda hora contra Sarkozy con cualquier pretexto y desde los ángulos más distintos; Benoît Amon intenta forzar la mano desde la izquierda; y Martine Aubry defiende un difícil equilibrio mientras cultiva sus buenas relaciones con la izquierda radical y no se atreve a romper con los socialdemócratas más prudentes.
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