Miles de estudiantes marchando por las calles de Francia. Se manifiestan contra una reforma que pone en evidencia la necesidad de corregir un sistema inviable. Se pide prorrogar el mínimo de años de trabajo para poder cobrar una pensión. Ese mínimo pasa de los 60 a los 62 años. Y quienes ahora están entrando en la veintena toman las calles indignados, exigiendo los mismos derechos —de deberes no habla nadie.
Francia es uno de los países más estatistas del mundo libre. Las políticas liberales, la minimización de «mamá Estado» ha sido allí extraña a todos los grandes partidos. Lo preocupante en las manifestaciones de las últimas horas es que parece confirmarse que esa dependencia de la ubre de «mamá Estado» se transmite genéticamente a las nuevas generaciones. Los que tienen cuatro décadas de vida laboral por delante, los que podrían planificarse en la iniciativa privada una confortable jubilación, siguen ninguneando su propia capacidad y exigiendo a «mamá Estado» que se deje ordeñar. El problema está en que la ubre de cualquier hembra tiene un límite en su producción. Y quien sólo vive de leche y no se enriquece con otras proteínas e hidratos, acaba desarrollándose pésimamente mal. Sarkozy parece tenerlo claro. Las calles de Francia, no.