La hora de Juancho

A lo mejor ustedes no saben que el contrincante electoral de Gallardón se llama Lissavetzky, puesto ahí porque de Suráfrica se trajo la camiseta de Villa para las chiquillas de Zapatero, que es como si Elola Olaso le hubiera levantado la zamarra a Marcelino para obsequiarla a la hija de Franco. Buen candidato para Gallardón, el señorito Lissavetzky. Cuando arranque la campaña, ofrecerá camisetas de Casillas a quienes le voten; y firmadas por Urbaneja y Sara Carbonero, si hiciera falta. Pero ¿quién va a votar a un tío cuya única contribución a la democracia consiste en hacer de «sparring» para Gallardón, el alcalde que tiene a Madrid hecho una piojera, aunque sea una piojera que cumple con el protocolo de Kyoto? En la izquierda real ha sonado la hora de Juancho, nuestro último Cervantes, y no hablo del premio que reparte Gamoneda. Digo Cervantes porque fue un español con barba que padeció cautiverio en Argel, aunque Carmen Calvo, la ministra egabrense, creía que estuvo allí de vacaciones, como Goytisolo en Marrakech. Cervantes fue preso en Argel, y Juancho, en Copenhague: era el jefazo de la cosa de Greenpeace en España y fue a Dinamarca a interrumpir una cena de gala de la reina con una pancarta; reducido por los feroces guardias dinamarqueses, acabó en una ergástula cuya descripción, en boca del propio Juancho, recordaba a la que los romanos dispusieron para la madre y la hermana de Ben-Hur. Una vez en la calle, Juancho vio el cielo abierto, y resolvió montar un partido verde de verdad, o sea, de los que te proporcionan un acta de diputado o de concejal que te asegura la vida, cosa que no hace Greenpeace. Greenpeace la defiende, pero no la asegura; el Congreso o un Ayuntamiento no la defienden, pero te la aseguran. La idea de Juancho pasa, incluso, por resistir a las collejas de Sabina, cosa que en su día no supo hacer Mendiluce. Ya veremos.