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ABC Cultural

David Foster Wallace que estás en los sótanos

La familia del escritor cedió a la Universidad de Texas su archivo (34 cajas y 8 carpetas de manuscritos y los 298 libros de su biblioteca).

ABC

ANTONIO VILLARREAL

La parte visible de la historia es que el 12 de septiembre de 2008, el escritor David Foster Wallace apareció sin vida en su casa de California. Fue una pérdida temprana —tenía 46 años— y trágica. El autor sufría de depresión y dejó la medicación unos meses antes de suicidarse. En palabras de su hermana, padecía un «cáncer del alma». La parte invisible comienza cuando la máquina de escribir de Wallace se enfría.

Karen Green, la esposa, y Bonnie Nadell, agente del escritor, acometieron la tarea de organizar todos los papeles de Wallace, por entonces amontonados en el garaje. «Poner un orden dentro del caos», recuerda Nadell. El archivo resultante fue adquirido el pasado diciembre por la Universidad de Texas y hace unos días vio al fin la luz. Molly Schwartzburg, comisaria en el centro Harry Ransom de Austin, acompañó a ABC hasta los sótanos del edificio. En un ascensor de tamaño industrial, Schwartzburg cuenta que ya «intentaron contactar con el autor cuando estaba vivo, pero éste nunca respondió». Tras su muerte, su familia se puso en contacto con el centro ofreciéndoles adquirir las 34 cajas y 8 carpetas de manuscritos y los 298 libros de la biblioteca personal de DFW, casi nada.

Lleno de anotaciones

Entramos en una habitación diáfana, de techos altos y estanterías móviles. Schwartzburg muestra unos folios rayados pertenecientes al primer borrador manuscrito de «La Broma Infinita». La caligrafía, tan minúscula, es ininteligible hasta la segunda o tercera lectura. En la primera versión a ordenador de esta misma novela, Wallace había escrito en la portada: «Destinado sólo para las retinas de la gente a quienes se ha enviado de forma explícita».

Tanto los bocetos como las pruebas de edición de casi todas las obras de Wallace se hallan en estos sótanos. Cada folio está lleno de anotaciones en los márgenes, de opciones para una misma palabra, de cambios de nombre y edad de los personajes. La editorial Little, Brown & Co. posee aún los bocetos de «The Pale King», la novela póstuma de David Foster Wallace, que verá la luz en 2011. Una vez publicada, la documentación pertinente regresará a estos sótanos. «The Pale King» trata sobre el IRS, el organismo de recaudación de impuestos norteamericano. «En 1998 hizo un curso de contabilidad para documentarse», dice Schwartzburg, mientras sostiene un cuadernillo con dibujos. Son los deberes para clase de Wallace, guardados en una carpeta de cartón con manchas de café. En una esquina había escrito su nombre en mayúsculas, y más abajo, la frase «gente, vuestra ropa es ahora demasiado pequeña».

Joyce, Puond y Waugh

Junto a los apuntes de contabilidad, una página impresa con una búsqueda de tesis y artículos académicos, algunos subrayados, sobre el mismo tema central: el aburrimiento. Realmente estábamos en los sótanos de la literatura de Wallace. Subimos en el ascensor al séptimo piso para echar un vistazo a la biblioteca personal. Una sala angosta con decenas de estanterías metálicas, abarrotadas de libros, de los que sobresalen pequeñas etiquetas. La colección de DFW ha sido situada en el mismo pasillo que las de James Joyce, Ezra Pound y Evelyn Waugh.

Los libros están organizados en categorías según el uso que les diera Wallace. Para ilustrar los que utilizaba en sus clases de escritura creativa, Schwarztburg sacó El «silencio de los corderos», de Thomas Harris. En otra categoría están los libros que reseñaba. Y finalmente, la entrópica selección de obras que Wallace utilizaba, subrayaba, enmarcaba y anotaba para su propia literatura. Desde tratados de entomología o álgebra a libros de autoayuda, pasando por obras de Cormac McCarthy, Jonathan Franzen, Dostoievski y muy especialmente Don DeLillo.

Antes de abandonar la sala, Schwartzburg me pregunta si hay algún libro que me interese ver. Más por curiosidad que por intuición, señalo a una traducción en inglés de «Todos los fuegos el fuego», de Julio Cortázar. Ella lo saca y examina con atención las anotaciones. En la primera página, justo debajo del título, David Foster Wallace había escrito: «narcisista catastrófico, miedo a los espejos».

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