Primeras damas: la estética del poder
Las esposas de presidentes y primeros ministros se han convertido en nuevos referentes en el mundo de la moda

El vestido negro y estampado en rosa pálido, firmado por Paul Smith (a la derecha), que Samantha Cameron lució en la conferencia anual del Partido Conservador británico el pasado 6 de octubre (en el acto se escenificó, además, el regreso a la vida pública tras su reciente maternidad) casi ha dado que hablar tanto como el debate en sí mismo. Los 52 minutos que duró el discurso del premier no sólo sirvieron para tomar nota sobre las medidas a aplicar en su empeño de reducir el déficit del país, sino para escrutar una pieza de pasarela cuyo precio es de 759 libras (unos 860 euros), y que la esposa de David Cameron conjuntó con unos zapatos tipo salón de la firma LK Bennett (en esto, por cierto, comparte gusto con Justine Thorton, pareja de Ed Milliband). Es, en fin, el precio de la discordia: los medios británicos y norteamericanos subrayaron cómo una de las grandes defensoras del low-cost cometía la imprudencia de vestir un modelo tan caro precisamente cuando su esposo estaba hablando de recortes sociales
Esta polémica pasajera, así como una portada en la edición norteamericana de Harper's Bazaar el pasado verano en la que aparecía espléndida en su papel de mujer todoterreno, no sólo evidencia que Samantha tiene una vida pública más allá de la que comparte con David Cameron. Es el más reciente ejemplo del poder de seducción de las primeras damas. Son las nuevas heroínas del universo fashion, allí donde convergen las fantasías y anhelos de una multitud anónima muy necesitada de nuevos iconos a los que admirar o despellejar.
En política, y hasta no hace tanto, Jacqueline Kennedy aún marcaba el paso de las consortes con estilo. Su poder trascendía el tiempo y el espacio, y si no que se lo digan a la mismísima Carla Bruni cuando, en su primer viaje oficial (Reino Unido), «coronó» su cabeza con un sombrerito tipo «Pillbox» que la propia Jackie popularizó en los 60. Hasta entonces, y salvo excepciones (inolvidable Margaret Trudeau, la díscola pareja de Pierre Elliott Trudeau, primer ministro de Canadá en los años 70 y primeros 80), la imagen de la esposas de presidentes y primeros ministros no daba mucho de sí. ¿Alguien recuerda qué vestían Nancy Reagan y Raisa Gorbachova en su primer encuentro en Ginebra, en noviembre de 1985, mientras sus esposos cimentaban el final de la Guerra Fría? Raisa se abrigaba con una ligera gabardina y un foulard, mientras que Nancy optó por un conjunto de casaca con estampado de pata de gallo y falda oscura. Pero, ¿quienes fueron los autores de aquellas prendas
El foco de atención
Ahora, cuando Michelle Obama se asoma a la puerta de la Casa Blanca, al minuto nos enteramos, a través de internet, si luce un conjunto de Jason Wu o se ha atrevido con vestido de Erdem Moralioglu. En cuanto Samantha Cameron pisa la calle, sabemos de su querencia a Burberry, a Phillip Lim, a Converse o a una baratija de mercadillo. Muchas de esas piezas, además, se convierten en superventas. Sin embargo, el foco no sólo está en ellas. De Sonsoles Espinosa a Svetlana Medvedeva (señora de Dmitri Medvédev), de la epatante Mehriban Aliyeva (primera dama Azerbaiyán) a Asma Al-Assad, la encantadora esposa del presidente sirio (las consortes de los países árab es merecen un capítulo aparte).
Y un nuevo y rutilante nombre se ha sumado a esta nómina de elegantes desde el pasado 30 de junio: Bettina Wulff, la esposa del presidente de Alemania. Va camino de convertirse en Bettina Superstar. Ella pone el glamour mientras Merkel gestiona el Estado. Ángela, al cabo, nunca estuvo para trapos.
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