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El Gobierno, conciliador con los sindicatos tras el fracaso del 29-S

Zapatero y los sindicalistas se declaran su respeto tras una huelga general que no logró paralizar España a pesar de que los piquetes echaron el resto

ÁNGEL COLLADO

Huelga de mínimos —los sindicatos solo impusieron su ley en los feudos industriales y a base de piquetes— y reacción comprensiva, equidistante y conciliadora del Gobierno de Zapatero con unas centrales que quisieron celebrar como un éxito un paro que fue el más parcial y limitado de los convocados en la democracia: la mayoría de los ciudadanos que todavía tienen trabajo (unos 18 milllones)trabajaron y el país no quedó paralizado, objetivo declarado en las vísperas por los convocantes. Pendientes de su imagen ante las bases sindicales y el electorado socialista, los protagonistas de la jornada mantuvieron el pacto de hacerse el mínimo daño posible.

Los líderes obreros no pidieron la caída de Zapatero ni la cabeza de ningún ministro (si lo hicieron los asistentes de a pie en las nutridas manifestaciones que cerraron la jornada) pese a que el Ejecutivo socialista ha acometido el mayor recorte social de las últimas décadas. Desde el Gobierno nadie se atrevió a glosar como fracaso la jornada de huelga. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, se negó a dar una cifra oficial de seguimiento global pese a disponer de todos los datos por sectores productivos: en la mayoría y en los que más población emplea el paro fue mínimo.

Después de repetir durante toda la jornada que el Ejecutivo no iba a entrar en «una guerra de cifras» y poner el énfasis —Zapatero en el Congreso— en que se esforzaría en garantizar por igual que hiciera huelga el ciudadano que quisiera y trabajara quien lo considerara oportuno, Corbacho, el único miembro del Ejecutivo que dio la cara al final para hacer balance, se limitó a decir que el seguimiento del paro había sido «desigual» y su efecto «moderado». Además, alabó «la responsabilidad» que, a su juicio, habían demostrado las centrales. No comentó nada sobre la acción de los piquetes.

El dato más objetivo sobre la actividad del día, el consumo de energía eléctrica, dejaba en evidencia desde medio día que la afirmación base de las centrales al insistir en que había hecho huelga el 70 por ciento de los trabajadores era un golpe de efecto o de imagen que no se correspondía con la realidad. El Gobierno ni pretendió contrarrestar esos datos. A esa hora, el consumo de electricidad había descendido un 15,5 por ciento sobre un día laboral ordinario. En la anterior huelga general, la de junio de 2002 contra el Gobierno de José María Aznar, la bajada fue mucho mayor, del 23,2 por ciento. Y en el gran éxito de los sindicatos, cuando sí paralizaron España el 27 de enero de 1994 en protesta por los recortes sociales aprobados por Felipe González, la caída del consumo de electricidad fue del 30 por ciento.

Automóviles y astilleros

Comisiones Obreras y UGT se emplearon a fondo en los sectores productivos más tradicionales y donde mantienen su peso: la industria y el transporte público. Los piquetes se fajaron muy en especial en Madrid, donde estaba el principal foco de atención para probar el éxito o fracaso de la huelga. Y en la capital se aplicaron a encauzar la protesta no contra Zapatero, sino contra el Ejecutivo de Esperanza Aguirre. Los sindicalistas pararon el sector antes llamado del metal —en especial la fabricación de automóviles y lo astilleros— pero el seguimiento fue muy escaso en el sector de servicios y casi nulo en el comercio.

Administración activa

La Administración en general, sobre todo la central, mantuvo su actividad casi como un día cualquiera. Solo un 7,5 por ciento de los funcionarios faltaron al trabajo. En el caso de los ayuntamientos el porcentaje llegó al 12 por ciento. En sanidad y educación, de competencia autonómica, el paro fue muy desigual, pero la inmensa mayoría de los colegios abrieron mientras que hospitales y ambulatorios atendieron los servicios básicos.

En Madrid, los piquetes se impusieron desde primera hora de la mañana para impedir que funcionaran las líneas de autobuses pero al funcionar el metro la ciudad mantuvo una actividad normal en todos los sectores salvo en algunas grandes factorías de la periferia. Nada que ver con el caos creado por la huelga del Metro en los días del 28 y 29 de junio pasado.

El fracaso general de la huelga en comparación con lo ocurrido en paros anteriores también se debe a los cambios en el propio movimiento sindical. Comisiones Obreras y UGT han perdido poder en muchos ámbitos o siguen sin entrar en los sectores productivos o de servicios de nueva creación. Los sindicatos independientes o más corporativos se han impuesto en sectores completos como la Administración, la sanidad, la educación e incluso el transporte como es el caso de los conductores o controladores.

Según el guión de choque mínimo, en la manifestación de cierre de la jornada, los dirigentes sindicales exigieron cambios en la reforma laboral aprobada este verano por las Cortes. En junio dejaron la convocatoria de la huelga para septiembre, con lo que dieron tiempo a Zapatero a convertir en ley su proyecto. Aunque Toxo y Méndez evitaron cargar contra el presidente del Gobierno, los miles de sindicalistas reunidos en la Puerta del Sol de Madrid volvieron a proferir gritos de «¡Zapatero, dimisión!».

El Gobierno se había adelantado desde primera hora a ofrecer diálogo y negociación a los sindicatos, aunque sin especificar en qué aspectos de una ley que ya está en vigor. Silencio sobre el fracaso y mano tendida para quedar bien con su electorado. En el afán por evitar cualquier choque con los sindicatos, la vicepresidenta De la Vega le dio la vuelta a la situación y acusó desde el Congreso al PP de «perseguir a los sindicatos».

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