Diego Luna y lo lunático
El mexicano estrena en España su película «Abel»
Si la inquietud es un arma, Diego Luna y Gael García Bernal serían probablemente los actores mejor armados del cine mexicano, y desde que le aullaron a la luna en «Y tú mamá, también» han parado lo justo para tomar aliento y seguir.
Ambos se han tirado ya por el tobogán de la dirección, y ahora llega a las pantallas la primera que firma Diego Luna (con producción de García Bernal y Pablo Cruz, pero también de John Malkovich). Se titula «Abel» y es una pintoresca exhortación a las relaciones entre un niño y el mundo adulto.
Ni el niño -al que le dan de alta temporalmente en un hospital psiquiátrico- ni el mundo adulto que le rodea –una familia más descoyuntada que desestructurada, con un padre de corrido mexicano- tienen la dicha de pertenecer a lo común y lo habitual, con lo que esa atípica relación (tramada probablemente con un lejano o indirecto toque autobiográfico) se convierte en la esencia del argumento.
Se muestra hábil en las intrigas y en las situaciones equívocas Diego Luna, y su modo alegre y muy cercano de filmar da pie a que nunca se esté seguro de qué terreno se pisa, si el del drama o el de la comedia o el de la intriga que acabará haciendo explosión. El leve desenfoque de los personajes, tanto físico como anímico, permite que la ilógica y la contradicción de las actitudes estén al tiempo empapadas de irrealidad y verosimilitud, y se alternan las escenas de diván con las de cama entre blanca y sórdida; las interpretaciones, empezando por la del niño Christopher Ruiz Esparza, dulcemente demoníaco, contribuyen a la sensación general de algo así de raro como la sensatez paradójica.
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