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ABC Cultural

La violenta «Carmen» de Calixto Bieito

La obra sale ganando con una actualización que habla de miserias de hoy y de siempre

EFE

PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

La bronca que el lunes pasado se escuchó al final del estreno de esta producción de Carmen firmada por Calixto Bieito fue tan espontánea como las ovaciones que provocó.

Era la recepción de un trabajo teatral que mantiene al espectador siempre en tensión, que llega, que transgrede y que marea por la violencia que desprende, que tiene sus puntos flacos –casi todo anécdotas, a las que se unen incoherencias entre el texto y lo que se ve, además de la elección de una versión musical que no es ni chicha ni limoná y que reduce los diálogos a su mínima expresión- pero que, pese a todo, se mete en la esencia misma de la obra, de sus personajes y de su música. Tal y como sucedió en ese lejano 1999 (cuando Bieito debutaba dirigiendo ópera en España en el Festival de Peralada con una primera versión de este montaje), la obra sale ganando con una actualización que habla de miserias de hoy y de siempre. Una Carmen española, gitana, miserable, violenta y universal.

Marc Piollet se acopló con un mimo exquisito a los requerimientos de los solistas –además de concertar foso y escenario con pericia-, incluyendo a una María Bayo que incorporó su Micaëla en último minuto; la voz de la soprano navarra corre e ilumina y su lectura fue muy convincente a pesar de ciertos sonidos estrangulados. Roberto Alagna es un Don José soñado; su incorporación del personaje fue aplaudida desde estas mismas páginas en 1999 y ahora volvió en plenitud, llevándose el gato al agua con su creación. La Carmen de Béatrice Uria-Monzon gustó más por su adecuadísima creación dramática que por su vocalidad pastosa y corta de graves, mientras que el Escamillo de Erwin Schrott sonó preocupante en ese fraseo tan peculiar en el que hace lo que quiere, pero en el que aporta demasiadas notas calantes. Muy acertados el Moralès de Àlex Sanmartí, tanto como la Mercédès de Itxaro Mentxaka o el violento Remendado de Paco Vas.

El Coro liceísta estuvo en estado de gracia, bien apoyado por el Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya. Un aplauso espontáneo recibió al toro Osborne y hubo mucho murmullo entre el público en el toreo a la luz de la luna con desnudo integral; la coreografía automovilística y el caro regalo del aduanero –la virginidad de una niña- hicieron que este sueño de Lillas Pastia y de Bieito le llegara muy adentro a los liceístas.

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