SI fuera entrenador de fútbol, Zapatero sería un resultadista como Mourinho, Capello o Clemente; un tipo atento sólo al marcador y a sus intereses, pero adornado con el verbo florido y la retórica de principios de un Valdano o un Guardiola. Si fuese jugador sería Julio Salinas, aquel torpón delantero bilbaíno que se metía en el área a la buena de Dios y a base de rebotes, codazos y trompicones acababa marcando goles por un tubo. La política del presidente es así: carece de plan, de proyecto y de estrategia, pero dispone de infinidad de recursos tácticos de corto alcance que le permiten sostenerse en una provisionalidad perpetua. Cuando se vaya va a dejar tal maraña de líos que el que le suceda tendrá que pasarse todo un mandato deshaciendo nudos para poder aclararse. Y no lo conseguirá del todo porque algunos de esos gatuperios son prácticamente irreversibles.
El último, por ahora, de esos enredos —el penúltimo son las primarias de Madrid, en las que el PSOE acaso obtenga beneficio de un error presidencial si Tomás Gómez sale catapultado de la encerrona— lo acaba de tramar con el PNV. El pacto presupuestario complica el ya embarullado diseño territorial del Estado con un troceo de la Seguridad Social que compromete de nuevo el mapa de las autonomías, pero además lleva en sus cláusulas ocultas un acuerdo para que los nacionalistas puedan gobernar las diputaciones forales, lo que supone un incremento de las dificultades de lendakari Patxi López y terminará poniendo en solfa su acuerdo de estabilidad con el PP, del que el presidente ya parece estar arrepentido. Ciertos socialistas van propagando por ahí en voz baja que existe una tercera estipulación secreta relacionada con el final del terrorismo etarra, aspecto que de ser cierto revelaría la existencia de un plan negociador desmentido con terquedad por el Gobierno. En plena descomposición de su liderazgo, Zapatero se ha apuntalado en el poder mediante un compromiso que arriesga aspectos fundamentales de la política de Estado, subordinada al objetivo esencial de completar el mandato. Si el convenio incluye en efecto alguna clase de arreglo subterfugial sobre el futuro de ETA y el independentismo radical estaríamos ante un asunto mucho más grave: la violación flagrante del pacto antiterrorista con una oposición relegada al papel de comparsa mientras cumple su deber moral de aliado constitucionalista en el escenario vasco.
Pero Zapatero-Salinas ha entrado en el área de peligro con la determinación de salirse con la suya. Se le ha metido en la cabeza culminar la legislatura y proyectarse a sí mismo en la historia como El Pacificador, y en objetivos cortos posee una osadía indesmayable. La oposición, concentrada en el debate sobre la caja única, se va a comer el amago porque está defendiendo la jugada por el flanco equivocado.