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UNA HUELLA EN LA ARENA

CANARIAS Y EL SAHEL

Las relaciones con nuestros vecinos del Magreb no pasan por un buen momento. Es una prueba más de los pobres resultados de la política exterior blanda del Gobierno español.

FRANCISCO ESTUPIÑÁN

Roque Pascual y Albert Vilalta cumplieron en días pasados un mes de su regreso a España, después de otros nueve meses de secuestro por terroristas islámicos en el Sahel. El pago del rescate por su liberación ha deteriorado las relaciones con Argelia, a la que no ha gustado que nuestro país hiciera un ingreso millonario en las arcas de quienes, desde hace mucho tiempo, son su principal enemigo. Si a eso sumamos la crisis diplomática con Marruecos, las relaciones con nuestros vecinos del Magreb no pasan por un buen momento. Es una prueba más de los pobres resultados de la política exterior blanda del Gobierno español.

Mientras, Francia bate ahora mismo la franja saheliana en busca de ocho compatriotas en manos de los mismos terroristas, Al Qaeda del Magreb Islámico. Éstos pretenden castigar y amedrentar al Estado galo por no ceder, al contrario que España, ante su chantaje. El ejército mauritano coopera con ellos y les sirve de parapeto ante la opinión pública internacional. Y Francia se juega mucho, pues también son muchos los intereses económicos que tiene en la zona.

Pero nada de esto es nuevo, en realidad. Estados Unidos está implicado desde hace años en la colaboración antiterrorista con los países de la región y se han realizado actividades de adiestramiento y maniobras militares, incluso con participación española. Desde luego, la cooperación militar con estos Estados africanos va acompañada de cuantiosos recursos humanos y tecnológicos dedicados a labores de inteligencia. Todo ello nos muestra bien a las claras que, de hecho, el Sahel es desde hace años otro de los frentes abiertos por el terrorismo islamista, junto con Afganistán, Pakistán, Irak y Oriente Próximo. Tal vez, el de menor intensidad, pero también el que, a la larga, puede causar más daño a Europa, muy cercana geográficamente. Por esta razón, España no sólo debe ser una nación cooperadora en esta lucha, sino también decisiva y decisoria. E, igualmente, debe afrontar con mayor autoridad moral y política sus relaciones con Marruecos y Argelia, que son el muro de contención entre la Unión Europea y el África subsahariana.

Esta realidad afecta sobremanera a Canarias. Ser la frontera sur del Viejo Continente nos sitúa muy próximos a este frente de combate contra el terrorismo, del que apenas distamos unos centenares de kilómetros. Sólo baste recordar que no hace tanto tiempo se desmanteló una célula yihadista asentada en Lanzarote. No cabe duda alguna, pues, de que nuestras autoridades son plenamente conscientes de esta situación, pero la población, sin caer en alarmismo, también está obligada a serlo. Los canarios no debemos creer que esta guerra global contra el fanatismo y el terror sólo se libra al otro lado del mundo. O en la tele.

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