Desarrollo es poder
Objetivos del Milenio: Europa se pierde en retórica, el Tercer Mundo se desmarca de Woods y Obama va a lo práctico

La Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Objetivos del Milenio celebrada esta semana en Nueva York ha sido un educado fiasco. Por mucho énfasis que se haya intentado poner en los éxitos parciales, y por mucho que el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, anuncie que se van a destinar 40.000 millones de dólares (más de 30.000 millones de euros) a luchar contra la mortalidad de las madres y de los niños menores de cinco años, el balance global es indiscutiblemente negativo.
Los Objetivos del Milenio se fijaron en el año 2000. Desde entonces hasta 2005 parecía que había cierto progreso en las metas más urgentes (reducir a la mitad el número de personas que en el mundo sobreviven con menos de 1 dólar al día, combatir el paro). Pero todos estos avances se ralentizaron cuando el azote de la crisis se abatió sobre todas las economías del mundo. Desde entonces las promesas de ayuda al desarrollo tienen mucho de retórica hueca o por lo menos suscitan una fuerte desconfianza. Por ejemplo, de los 30.000 millones de euros que Ban Ki-Moon promete para frenar la mortalidad maternal e infantil, nadie tiene muy claro a día de hoy hasta qué punto son aportaciones nuevas o una nueva presentación publicitaria de las que había.
Los debates estos días en la ONU han tenido algo de disco rayado. Parecía que hablaban del desarrollo pero en realidad hablaban de la crisis y de cómo esta afecta a los equilibrios de poder del mundo.
Tuvo mucho impacto mediático la propuesta suscrita al alimón por los presidentes de España y Francia, Zapatero y Sarkozy, apostando —por enésima vez— por un impuesto global para liberar fondos para el desarrollo global. Ambos insistieron en defender la famosa Tasa Tobin, mencionada en todas estas cumbres y aprobada en ninguna. El español incluso se aventuró a sugerir un impuesto de 1 ó 2 euros para todos los viajes en avión, voluntario, eso sí. Más que para reunir muchos fondos, serviría para engrasar la conciencia y dar ejemplo, admitió.
¿Tiene alguna posibilidad de prosperar esto que proponen Madrid y París? A simple vista, no. La recepción no ha podido ser más fría sobre todo en Londres y en Washington. Allí todo esto les parecen retóricas vacías sin otro impacto que causar sensación política en casa, donde tanto Sarkozy como Zapatero se enfrentan a huelgas generales. El diagnóstico norteamericano es que se trata de un mero brindis al sol.
Ojalá que llueva estrategia
«Estamos dispuestos a negociar innovaciones financieras que ayuden al desarrollo con nuestros socios del G-20 y del G-8, pero esta medida en concreto no la estamos apoyando actualmente», afirma Mike Froman, asesor en economía internacional de la Casa Blanca. Tanto Froman como Gayle Smith, asesora especial del presidente en asuntos de ayuda al desarrollo, han explicado a varios medios, entre ellos ABC, que la Casa Blanca está embarcada en una ambiciosa redefinición de toda su política de ayuda al desarrollo que no pasa tanto, o no sólo, «por gastar más dinero, sino por gastarlo mejor». Aunque nadie lo dice con estas palabras, la idea sería corregir y aumentar el antiguo espíritu del Plan Marshall: hacer llover millones pero, sobre todo, hacer llover estategia.
«Ayudar al desarrollo del mundo no es sólo un imperativo moral, lo es también económico», explica Froman. Obama en persona fue muy claro ante la ONU: basta de considerar que el desarrollo es «caridad», cuando en realidad es una industria que trabaja para la prosperidad de todo el mundo, incluida la de EE.UU.
Hay que tener en cuenta que todo este debate se produce en plena redefinición del marco financiero internacional salido de la Segunda Guerra Mundial, con las economías emergentes (China, India, Brasil) pidiendo pista y más poder en el Banco Mundial y el FMI. Un poder que van a conseguir en detrimento de Europa.
Considerando todos estos factores, la posición de Obama parece destinada a matar dos pájaros de un tiro: por un lado asegurarse que Estados Unidos va en cabeza de la ayuda mundial al desarrollo, que puede ser el gran motor económico del siglo XXI también para las economías ya desarrolladas. Cada dólar gastado fuera puede crear riqueza y trabajo dentro. Y por otro lado abrazar nuevas alianzas en el orden económico internacional, desmarcándose de las partes a su juicio menos operativas —y competitivas— de la ONU y de Europa.
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