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El dilema del caníbal

Día 16/09/2010
Nos hemos ablandado. No por fuera, porque a fuerza de gimnasio y vitaminas, la gente está cada día más cachas, sino por dentro. Es sin duda uno de los efectos del desarrollo, pero tenemos poco que ver con aquellos tipos de natural intrépido, brazos sarmentosos, ojos ávidos y corazón de piedra que se embarcaban en cascarones de nuez, desafiaban al océano y conquistaban a mandobles tierras, pueblos y almas.
El aprecio que sentimos por la vida, y no solo la propia, el principio de que no se puede dejar reventar de hambre al menesteroso y la peregrina tesis de que todo individuo es reinsertable, sumado a la convicción de que lo que nos hace moralmente superiores con los intolerantes es ser tolerantes con ellos, puede tener funestas consecuencias.
Está feo comerse al caníbal a la plancha y con manzanas asadas como guarnición, pero algo habrá que hacer para enseñarle modales. Y si el antropófago se muestra incorregible, quizá no estaría de más darle un buen mordisco para que entienda que no se puede ir por el mundo devorando a los demás.
Es una estupidez peligrosa quemar coranes en el aniversario del 11-S, pero aquí nadie reparó que un mes antes de que el pastor Jones tuviera la ocurrencia, en Afganistán, los fanáticos islámicos asesinaron a 10 médicos occidentales, que curaban gratis a la gente pero cometieron el terrible delito de ser cristianos y llevar biblias en su equipaje. Repasas lo de la mezquita en la Zona Cero de Nueva York y te enteras que financia la operación Arabia Saudí, país que no permite construir iglesias en su suelo. Y ahora nos vienen con que hay en la localidad murciana de Águilas una discoteca llamada «La Meca» y que los yihaidistas nos van a pasar a todos por la piedra si no pedimos perdón y le cambiamos el nombre. ¡Manda huevos!
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