Suscribete a
ABC Premium

«Pelotina» en el Dos de Mayo

Una gigantesca piscina de pelotas playeras convirtió Malasaña en una divertida «melé»

JOSÉ ALFONSO

S. MEDIALDEA/V. SAURA

Veinticuatro mil pelotas de playa, verdes, amarillas y azules con rayas y rojas lisas, esperaban en la plaza del Dos de Mayo como una tentadora invitación a la diversión. Fuera, esperando a que se retiraran las vallas que cerraban el paso, cientos de madrileños ansiosos de entrar. La que posiblemente ha sido la atracción más divertida de la quinta edición de La Noche en Blanco no defraudó: los madrileños, grandes y pequeños, se lanzaron a ella con auténtico frenesí, y convirtieron la plaza en escenario de una incruenta batalla donde la alegría estuvo asegurada.

La idea de «Una noche de pelotas» es de los estudios a+f Arquitectos y NOSEArq. Nacho de Antonio, de este segundo estudio, explicaba su propuesta: «Queríamos ir a algo muy elemental, atacar al imaginario común con una pequeña regresión». Misión cumplida: aquello fue una vuelta a la infancia para cientos, tal vez más de mil, personas.

El lugar elegido para su particular «batalla» fue la plaza del Dos de Mayo, en torno al monumento con el arco de entrada al parque de Monteleón y las estatuas de Daoíz y Velarde, los dos héroes del sangriento enfrentamiento con las tropas francesas. La munición: 24.000 pelotas de playa, de los colores básicos, que llevaban inflando «todo el día», con máquinas y a pulmón limpio.

Vigilando los accesos

El «campo de batalla» estaba cercado, y en cada punto de acceso, un vigilante controlaba a la multitud, cada vez más enardecida. Sobre todo los chavales: «¡Que empiece ya, que el público se va!», gritaban cuando faltaban 10 minutos para las 9 de la noche, hora oficial del inicio de la actividad.

Los bares de la plaza estaban abarrotados de madrileños que aprovechaban el tiempo y el buen ambiente para picar algo: «Hay que coger fuerzas, que la noche es larga», aseguraban.

La idea era que los participantes se fueran llevando los globos a medida que se marchaban, «porque si no, no sé cómo las van a sacar de aquí», explicaban, entre sonrisas, en el control de entrada. Los autores del proyecto iban más allá: «De este modo, las pelotas y su mensaje se distribuirán por toda la ciudad». De hecho, en cada entrada al recinto había cajas de pelotas sin hinchar que regalaban al personal.

Pero ya antes de las nueve de la noche había niños jugando con pelotas en la plaza. Un anticipo de la buena acogida que iba a tener la actividad. Hasta Daoíz y Velarde sostenían sus balones playeros, cambiando su porte marcial por una pose mucho más lúdica. «¿Cómo habrán hinchado tantas pelotas?¿Se habrán cabreado mucho?», bromeaba un joven mientras esperaba a entrar. En segunda fila: la primera la copaban una pandilla de chavales en continua lucha contra el reloj: «¿Qué hora es? ¿Cuándo lo abrís? Mira, ese niño ya ha entrado. ¿Cuánto falta? ¿Podemos pasar ya?».

En un principio, había una zona acotada para los más pequeños, y separada del resto por vallas, con el objeto de protegerles de empujones o pisotones. Pero cuando el paso quedó libre, no hubo ni rangos ni edades: nada de «las mujeres y los niños, primero». Como se dice popularmente, allí fue Troya: un auténtico frenesí humano se lanzó hacia las pelotas, que comenzaron a volar por los aires, empujadas por centenares de manos.

«Ping-pong humano»

Los pequeños, pero sobre todo los mayores, inundaron la plaza, y la valla, que teóricamente separaba a chicos de grandes, se convirtió en la red de una improvisada pista de ping-pong donde la lucha era de todos contra todos. Con la ventaja de que los golpes eran indoloros. «¡Esto es la pelotina!», gritaba un joven, recordando la famosa «tomatina» murciana.

Caminar con pelotas hasta la rodilla era complicado, más aún cuando de repente sorprendías algún cuerpecillo que asomaba como podía de entre el tropel de balones, todo sonrisas. Le rescatabas y, acto seguido, el angelito volvía a lanzarse, hasta quedar totalmente sumergido.

«¡Tío, es superdivertido lo del Dos de Mayo!», animaba un joven por el móvil. Diez pasos más allá, otro avisaba a sus colegas de farra: «¡Se está liando en el Dos de Mayo, veniros!¡Quiero entrar, pero no me quiero meter solo!». Los que llegaban, no se podían resistir a meterse de cabeza en la melé. Nacho de Antonio, uno de los «padres» de la idea, estaba alucinado con el resultado de su idea. Balones, un espacio acotado y una noche de verano; qué poco cuesta a veces hacernos felices.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación