Rubalcaba es Humpty Dumpty en el país de las maravillas de Rodríguez Zapatero. Las palabras significan lo que él quiere que signifiquen. Casi inmediatamente después del asesinato en Afganistán de dos guardias civiles y su traductor, el ministro del Interior ponía todo el énfasis en describir el ataque como un «atentado terrorista». Como si el terrorismo excluyese la existencia de una guerra. En los días siguientes, el resto del reparto cumplía escrupulosamente el mot d'ordre del artista de la palabra. No pronunciar la palabra maldita. Irak en el recuerdo. Para lo cual hay que mantener hasta el absurdo la ficción que se sostiene en la definición oficial que Naciones Unidas da a la misión como de «pacificación y reconstrucción». Claro que, el jueves, el arzobispo castrense se cargaba el tinglado con una frase demoledora: «Fueron a por la paz y se encontraron con la guerra». Exacto.
En el resto de los países que participan en la misma misión que las tropas españolas a las cosas se les llama por su nombre. Sus hombres están en «la guerra de Afganistán», con independencia de cuáles fueran las intenciones iniciales de la ONU. Porque el debate que importa no es sobre el significado de las palabras. Lo que se discute es si, cualquiera que sea la naturaleza de la operación, tiene sentido continuarla nueve años después. Muchos, también en Estados Unidos, albergan ahora serias dudas.
Es también el único debate que interesa a los españoles. Son balas, y no palabras, las que matan a nuestros soldados. Y la pregunta es si sigue mereciendo la pena continuar defendiendo una causa que se empieza a dar por perdida. Para encontrar respuestas, Zapatero cuenta con una ventaja importante. El PP ha apoyado cuantas decisiones ha adoptado el Gobierno sobre el asunto. Sin Irak en el recuerdo.
