VIENE caminando por la playa al atardecer, de espaldas a la luz —«sólo los de ciudad vais de frente al sol, por la obsesión de poneros morenos; algunos hasta pasean por la orilla con el móvil en la mano»—, el paso relajado y la mirada como perdida en un vago horizonte que no es del mar ni de la tierra, sino de una indiferencia interior por el paisaje que se conoce de memoria. Hace tiempo que no nos vemos, tanto que he caído en preguntarle por su trabajo creyendo que se encuentra de vacaciones en su casa de verano. «¿Vacaciones? De vacaciones ya casi sólo se van el Gobierno, que encima lo niega, Rajoy y algunos privilegiados. Aquí viene cada vez más gente sólo los fines de semana, para aprovechar el apartamento que no han podido alquilar este año. Pregunta en los chiringuitos a ver qué caja hacen entre semana. No, yo ya me he jubilado. A la fuerza, claro, pero queda mejor decirlo así que declararse parado de larga duración. Y tan larga; digamos que he renunciado a encontrar trabajo y he decidido reorientar mi vida en un sentido más contemplativo. Anda, camina un rato conmigo y te cuento».
Me cuenta una historia común de esta época. El despido prematuro como ejecutivo de su compañía —«a los cincuenta y tantos eres sospechoso: de cobrar demasiado, de tener poca ambición o poca salud, no sé, de no ser joven y barato, en suma»—, los meses de entrevistas de trámite a la espera inútil de una llamada, la lenta asimilación de un desempleo sin perspectivas. «Un día me planté a hablar con un head hunter amigo y me fue sincero: a tu edad y con tu trayectoria no te van a llamar ahora, y es probable que no te llamen nunca salvo para algún contratillo comercial que no vas a aceptar. Para la gente como tú un buen currículum se ha convertido en un hándicap, las empresas sólo quieren juniorsdispuestos a hacer lo mismo por la mitad o menos. Y hay a patadas». «Así que decidí considerarme prejubilado. Al principio intenté aguantar tirando de la indemnización, me autoestablecí un sueldo con ella, y puse en venta el piso aquí en la playa. Pero no encontré comprador y en cambio me surgió una propuesta para alquilar la casa en la ciudad. Como mis hijas están casadas y mi mujer no trabaja desde hace tiempo me vine aquí a vivir con ella, convertidos en una especie de rentistas. ¿Los lunes al sol? Los septiembres al sol, más bien, y los eneros… Aunque sé que hay gente profesionalizada en el paro, yo me sigo sintiendo mal, como exiliado de algo… De vez en cuando me sale por amistad algún encargo de asesoría, que resuelvo por internet o voy a Madrid un par de días y regreso a mirar crepúsculos, que es mi oficio actual. El tiempo se hace largo a veces, pero si no te quieren los demás más vale quererte un poco a ti mismo. Si te administras puedes tirar con el despido y la renta hasta cumplir la edad de la pensión… si el Gobierno no alarga demasiado la fecha y el sistema no quiebra antes. ¿Tú crees que aguantará? No, no me contestes que te conozco…».