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Madrileños por España

En el resto de España extraña poco que un madrileño descerraje a tiros a la conductora del vehículo que chocó contra el suyo

Día 22/08/2010 - 03.27h
En el resto de España extraña poco que un madrileño descerraje a tiros a la conductora del vehículo que chocó contra el suyo, como ocurrió el viernes pasado. «Es que son muy raros; se sientan en una mesa, piden un café y se ponen de los nervios si no se les sirve rápidamente. ¡Y dicen que están de veraneo!», me comentó hace poco un camarero de Alicante señalando a dos individuos vestidos con camisas a rayas y calzados con mocasines en una terraza del paseo marítimo que acababan de reprenderle por su tardanza. A mí me hizo partícipe de su confidencia aunque mi procedencia fuera la misma porque de mis frecuentes viajes a Málaga he aprendido a mimetizarme con los nativos eliminando de mi conducta hábitos como el de pitar al coche situado delante del mío que no arranca pasado un segundo de que se ponga verde el semáforo o el de tener ya abierto el monedero antes de que la cajera del super anuncie cuanto le debo, con lo cual me ahorro esos comentarios del tipo, «¿pero chiquilla, es que tienes prisa?», que me vuelven a recordar mi incapacidad para aceptar dos cosas que conocen todos los españoles, excepto los que vivimos en Madrid: que la vida no transcurre más rápidamente porque nosotros nos empeñemos y que las vacaciones son para relajarse y descansar.
Los madrileños podemos ser de cualquier parte y por lo general así sucede. Lo que nos une no tiene nada que ver con nuestras raíces, sino con una serie de características diversas como la impaciencia, la brusquedad, el ir al grano sin dar rodeos y, para colmo, el interés por la política. Fuera de Madrid las luchas intestinas por el poder dentro de los partidos se aplazan hasta que remite el calor y, por lo general, la gente no se pega, ni mucho menos se dispara, por un choque de coches ni aunque el culpable tenga caducado el seguro. La palabra más madrileña del diccionario lo dice todo: crispación. Y a base de estar crispados, llamamos la atención en cualquier parte del país en el que decidimos cada verano aparentar que nos tomamos unas vacaciones que pasamos en una constante hiperactividad que solo logra que regresemos a la capital más cansados de lo que nos fuimos y que cualquier camarero de La Coruña, Castellón, Zamora o Cádiz aprenda a distinguirnos del resto de sus clientes y murmure de nosotros: «Qué raros, estos madrileños».
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