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«Ese hombre ha devorado a la familia»

Los dos hijos, de 18 y 31 años, y el marido de la mujer asesinada en un pique de tráfico no asimilan cómo se puede tirotear a alguien por una simple y banal disputa circulatoria

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ANA MELLADO

Este verano no habían podido tomarse ni un día de vacaciones. Ismael Laib y su mujer Marisa Santana decidieron aprovechar el fin de semana para huir de la ciudad y tomarse un respiro en el Pantano de Sacedón, en Guadalajara. Él trabaja como técnico reparando electrodomésticos, principalmente lavadoras y lavavajillas. Ella era ama de casa y pasaba la mayor parte del día en su hogar. El viernes por la tarde sobre las 17.15 horas abandonaban su domicilio en el coche familiar, un Renault Megane azul oscuro, de unos 13 años de antigüedad. Minutos después, la desdicha se interpuso en su trayecto camino a Guadalajara.

Antes de partir, pasaron por el barrio de la Elipa, para que Ismael comprase una pieza que necesitaba para su trabajo. En la calle de Francisco Villaespesa, cuando se disponían a girar a la derecha, estuvieron a punto de colisionar con otro vehículo. Pero la riña circulatoria habría comenzado unos metros atrás cuando ambos se disputaban una plaza de aparcamiento, según las primeras hipótesis de la Jefatura Superior de Policía. El ocupante del otro automóvil se bajó, disparó contra Marisa —que quedo tendida en el suelo— y posteriormente abrió fuego a quemarropa contra su marido, que logró evitar los tiros.

Junto con sus dos hijos, Roberto, de 31 años, e Ismael, de 18, el matrimonio residía desde hace 16 años en el número 4 de la avenida de Palomeras, muy próximo al estadio Teresa Rivero, en el distrito de Puente de Vallecas. En esta zona imperan las edificaciones de planta baja, de color blanco y cada vivienda comparte con otra una pequeña terraza desde la que se accede a los inmuebles. Marisa, de 55 años, disfrutaba saliendo cada noche a tomar el fresco y charlaba con sus vecinas en el patio doméstico. Allí, acomodadas en sus sillas, se reunían y compartían risas y confidencias durante un par de horas, cuando se ponía el sol.

Ayer, por la mañana, sobre el mediodía, el ambiente que se respiraba en la terraza era bien distinto. Dolor e impotencia bañados en lágrimas. María Elisa, la hermana de Marisa, con aparente entereza, resumía la situación en pocas palabras: «Ese hombre ha devorado a la familia». Elisa está destrozada, pero lleva el sufrimiento por dentro. No se puede permitir derrumbarse ahora. Su vecina y la hija de ésta, en cambio, no articulan palabra. Con la mirada enrojecida por el llanto y el pañuelo en mano, asisten impávidas al relato de Ismael. «Mi padre me contó que después de matar a mamá fue a por él. Que era un pistola muy chiquitita y cuando intentó disparar contra él, se le encasquilló. Pero rápidamente pudo continuar pegando tiros» expone el hijo menor de la familia, empleado en un taller de motos, quien todavía no ha digerido la muerte de su madre. Ante la aparente entereza del chico, su tía agrega: «Éste, todavía no es consciente de lo que ha pasado».

Suena el teléfono de Ismael; su padre y su hermano mayor aún continúan en el Instituto Anatómico Forense.

Poco a poco, van llegando más amigos a la terraza de la casa. Toman asiento. Algunos se derrumban al llegar. María reside en el número 10 de la misma avenida. No tiene más que elogios y halagos hacia la figura de Marisa. «Es una persona excepcional, no te puedo decir otra cosa». Otra vecina se encarga de recolectar el dinero que están juntando para comprar las coronas fúnebres. María Elisa irrumpe: «No tiene sentido gastar el dinero en las flores, porque se va a incinerar, y cuando quedan a las puertas del crematorio la gente se las lleva. Es mejor invertir ese dinero para las labores de incineración», comenta la hermana, que habitualmente reside en Guadalajara, pero ahora está ayudando a la familia en todo lo posible y se encarga de tomar las decisiones más delicadas sobre el sepelio.

La conversación vira ahora hacia la futura condena del agresor. «Bah, alegarán que estaba mal de la cabeza o que claro, tenía 76 años y que no se daba cuenta de lo que hacía porque era muy mayor», aventura Ismael. «Pero está claro que sí sabía lo que hacía. Tras perseguir a mi padre volvió a disparar a mamá y luego sale corriendo. Si una persona no es consciente se queda allí o se entrega, no se da a la fuga», se responde él mismo. Las elucubraciones continúan y las preguntas que se formulan siguen sin encontrar respuesta. «Pero qué hace un hombre de esa edad con un arma por la calle. No puede quedar impune. Éste salió a matar» interviene María Elisa, mientras acaricia a Nela, la perra de la familia.

Dos amigos de Ismael reparan en la valentía del ciudadano que persiguió al vehículo del agresor, facilitando la detención de éste en Ronda de Valencia. «Hay que tener valor, para perseguir a uno sabiendo que va a armado y que se acaba de cargar a una persona». La hermana de la víctima, así como el resto de familiares, se muestran muy agradecidos ante «la hazaña» de aquel testigo que posibilitó la captura del presunto asesino de su hermana.

Nada más acceder a la vivienda, en el salón, un lienzo en blanco y negro muestra el semblante firme de Marisa. «El retrato se lo hizo en París. Uno de estos que se ponen a dibujar en la calle. ¡Se nos la han llevado!», clama María Elisa.

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