VISTAS desde provincias, que me perdonen los nuevos nacionalistas, las primarias socialistas no tienen la épica de la batalla de Madrid, sino que son un perfecto ejemplo de suicidio inútil. Suicidio porque la evidencia nos dice que en un sistema de partidos cerrados y autoritarios, las inyecciones de democracia interna a cuenta gotas acaban fatal. Si supieran un poco de economía, se habrían acordado que en un sistema de equilibrio general la eliminación de una restricción no garantiza un aumento del bienestar. E inútil porque ninguno de los dos candidatos tiene la más mínima oportunidad de alcanzar la presidencia de la Comunidad de Madrid. Cabe por tanto especular sobre las verdaderas razones de esta decisión y aportar algunas hipótesis de verano sobre el zapaterismo político.
El presidente sabe que va a perder, pero tiene que dar la batalla. Tiene que demostrar interés y voluntad de combate. De no ser así, se abrirían todas las especulaciones sobre su estado anímico y su eventual repetición como candidato, lo que equivaldría a dar la legislatura por agotada, la economía por estancada y a Zapatero por amortizado. Eso no se lo puede permitir. Y el coste es pequeño, dos piezas menores abandonadas y una jubilada más entre los asistentes a los desayunos con croissantde la Tercera Vía. Qué peligro éste de haber compartido orígenes con el líder máximo. La candidata presidencial por su parte se enfrenta al sacrificio con su mejor sonrisa, su mayor desparpajo y una absoluta falta de respeto a la verdad. Tras haber insistido en que el presidente apartara de ella este cáliz, es incapaz de demostrar una mínima autonomía de criterio. Produce envidia y pánico este fervor cuasi místico de los militantes socialistas que les lleva a suicidarse con tanta alegría y a contradecirse con una elegancia sin igual. Este verano hemos contemplado a Felipe González reivindicando con Chacón un Estatuto de Cataluña que se ha saciado en criticar públicamente como el gran error de la legislatura anterior, o a Leguina afirmando que votará por la persona que ha calificado del peor presidente de la democracia. Da miedo esa actitud porque es un fanatismo sectario impropio de las sociedades racionales.
Pero la escaramuza madrileña no ha servido para ocultar la falta de un discurso oficial que solo se excita cuando Aznar les chupa cámara y les salen a los socialistas los resabios totalitarios y su adjetivo preferido, antipatriota, tan poco compatible con la reivindicación de la Memoria Histórica. Tampoco le ha servido al Gobierno para distraer la atención de la crisis y de su falta de criterio. Gómez y Trinidad, pese a sus declaraciones intentándolo, no han podido disimular las contradicciones entre Economía y Fomento, en impuestos e infraestructuras. Con lo fácil que sería que el presidente aplicara el refranero y cada zapatero se ocupase de sus zapatos y los ministros dejaran de actuar de líbero, coche escoba o pepitos grillos de sus colegas. Aunque la precampaña madrileña sí está sirviendo para entender mejor el zapaterismo. Primero, la autonomía regional no es un derecho, es solo un truco para quitarle votos a los populares. Segundo, Madrid es tierra conquistada y por tanto no tiene derecho a decidir. Tercero, la política es el arte del pelotazo, del ruido y la imagen; las ideas, el trabajo, el esfuerzo son antiguallas premodernas. Cuarto, la gestión económica no da votos y por tanto hay que supeditar el ajuste a las necesidades electorales. Y quinto, la mejor política es no decir nada y sonreír, no vaya ser que los electores se enteren y nos quiten el momio.