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Las críticas de la semana

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«The secret of the Kells»

POR JOSÉ MANUEL CUÉLLAR

En estos tiempos en los que Disney y Pixer dominan todo el mundo de la animación, con buen temple eso sí, se agradece la variedad, sobre todo si es buena, bonita y barata. Este The Secret of the Kells» es un trabajo realizado ha tiempo, tanto que compitió en los Oscars con «Up», y fue la sorpresa de las nominaciones. Tiene su porqué pues es una obra pequeña, de escaso presupuesto, pero con un trabajo artesanal enorme. De líneas minimalistas, con trazos que recuerdan a «Samurai Jack», estamos ante una obra que no basa su fuerza tanto en el relato —clásico de libro ante la espada, aunque en realidad sea un excusa para enmascarar la carrera hacia la madurez— sino en la perspectiva, en el aspecto visual, con animaciones que recuerdan al paño añejo y unos trazos que recrean la época de la historia: retablos, vidrieras al uso, música céltica, ambientación austera, antigüedad artesanal... En el conjunto de la obra, trabajada al detalle, con mucho talento y fuerza de voluntad, se recrean homenajes de todo tipo: una especie de Avatar donde la naturaleza enseña al niño a crecer y una lucha descarnada entre la palabra y el acero.

La historia es sencilla. Habla de un joven monje de doce años, llamado Brendan, que está dispuesto a correr los mayores peligros con tal de acabar un libro que le preservará de los ataques vikingos. Para ello deberá internarse en un bosque donde será ayudado por la hada Aisling y tendrá que luchar con una poderosa serpiente y peligros diversos. El argumento no resulta ser la piedra filosofal, pero es en las metáforas de la lucha entre el bien y el mal, en cómo Tomm Moore y y Nora Twomey reflejan la batalla, donde el relato consigue su mayor fortaleza, llenos de imaginación y fuerza visual que te entra por la retina y la llena de color y frescura.

Con todo, es probablemente una obra incompleta por la dificultad de encajar tantas piezas en un puzzle siempre tan complejo como son las películas de animación, pero ya sólo el ensamblaje y la sorpresa de hacer algo tan grande con medios tan escasos merece la pena. Una joyita del cine franco-irlandés (y también belga) digna de apreciar en todo su valor.

«Centurión»

El «peplum», o cine de romanos (aunque algunos lo circunscriben a la época muda del cine italiano histórico y otros lo amplían a toda la Edad Antigua), sigue viviendo un renacimiento a saltos desde que Ridley Scott lo resucitara hace diez años con «Gladiator». Así se entiende la presencia en la parrilla de esta película «de sandalias y espadas» (como llaman al género en Hollywood) dirigida por Neil Marshall, conocido y valorado por sus terroríficas «Dog soldiers», «The descent» y «Doomsday». Aquí también hay abundancia de sangre y decapitaciones (en la línea gore de la teleserie «Spartacus»), aplicada a la encarnizada lucha de una mermada legión de soldados emboscados en un remoto y peligroso rincón de la Bretaña. Entre el nutrido y aguerrido reparto, destacamos a Michael Fassbender y Olga Kurylenko.

«Como perros y gatos»

También se estrena la inesperada secuela de «Como perros y gatos», aquella simpatiquilla comedia infantil pro-gatuna que aterrizó en nuestras pantallas hace justo nueve años. Ahora, la varita mágica del 3D ha hecho posible que una nueva generación de chiquillos disfrute de esta ampliación de la batalla entre mininos y canes, esta vez revitalizada con la presencia de Kitty Galore, antigua agente de la organización de gatos espías MIAU que acaba de idear un plan para derrotar a tirios y troyanos del reino animal con el fin de dominar el mundo. Y para que la sangre no llegue al río, perros y gatos deberán unir sus fuerzas y salvar el planeta. Protagonizada por Chris O’Donnell, he aquí otra buena ocasión para que los cines hagan caja cobrando dos euros y pico más por cada entrada.

«Mis tardes con Margueritte»

Fiel representante de la comedia luminosa y «renoiriana» a la francesa (lejos de los tópicos enladrillados que algunos suelen pegar con engrudo a la cinematografía del país vecino), Jean Becker sigue fiel a un estilo amable que cristalizó en «La fortuna de vivir» o «Conversaciones con mi jardinero», con «Mis tardes con Margueritte», filme basado en la novela de Marie-Sabine Roger y que proporciona a Gérard Depardieu un papel adecuado a su generosa talla actoral (buena falta le hacía). Así, el actor interpreta a Germain, un tipo solitario al que la gente cataloga como «imbécil feliz», cuya existencia da un vuelco al conocer a Margueritte (Gisèle Casadesus), una anciana cultivada que le hará conocer el amor por los libros y la cultura. Una de buenos sentimientos y arrugas bellas.

«¿Dónde se nacionaliza la marea?»

Tras gozar del beneplácito de la crítica (Goya incluido) con sus documentales «Cineastas contra magnates» y «Cineastas en acción», Carlos Benpar presenta su nuevo trabajo en forma de docudrama y con los pies igual de anclados en la realidad más incómoda. Concretamente, la vivida por Lilibeth, hiphopera y actriz novata que, como una Cenicienta colombiana cualquiera, recibe la invitación de un cineasta español para viajar a Barcelona y hacer una prueba para su próxima película. Pero los sueños de la joven se irán evaporando cuando se topa con la corrupta burocracia del consulado. Basada en un caso real, la cinta es un buen ejemplo de denuncia facturada con las mejores intenciones.

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