Sin playa y a dos pasos de los Aznar
El Villa Padierna acogerá una gala organizada por Antonio Banderas

El hotel Villa Padierna no está en Villar del Río (el mítico escenario de «Bienvenido Mister Marshall»), pero estos días lo parece, dado el ritmo frenético con el que una cuadrilla de operarios está ensanchando su acceso principal (hasta ahora una estrechísima carretera local), para adecuarlo a las medidas de una eventual comitiva de limusinas, o de tanquetas. Así están las cosas en el Occidente de la Costa del Sol, cuando también ha trascendido que, coincidiendo con la estancia de Michelle Obama, el hotel acogerá un selecto acontecimiento benéfico, la «Starlite Gala» en favor de enfermos terminales de cáncer organizada por Antonio Banderas, perejil de todas las salsas en la «Málaga connection». También estarán allí la ubicua actriz Eva Longoria, Boris Becker, Imanol Arias, Adriana Karembeu y Rosario Flores, entre otros nombres de variado pelaje. A la cita asistirán cuatrocientas personas, a razón de 800 euros el cubierto. Un acontecimiento, pues, a la medida del Villa Padierna, clásica desmesura marbellí que no está en Marbella, sino en el término municipal de Benahavís, pero en el que el exceso de todo (de mármoles, de fuentes cantarinas, de fresca vegetación) prefiere mirar hacia el Mediterráneo y hacia el Estrecho, gracias a su emplazamiento elevado con vistas a Gibraltar y a África. En un artificio de recreación paisajística, las praderas de sus idílicos campos de golf han sido pespunteadas de cipreses, trasunto de la campiña toscana al borde de un embalse que, desbordado en su capacidad por lluvias torrenciales, ha inundado este invierno en dos ocasiones garajes y viviendas aguas abajo, en la franja litoral. Allí donde está, precisamente, la asignatura pendiente del espléndido hotel: su distancia de la playa. Una carencia que el Villa Padierna ha tratado de suplir con la construcción de un «beach club» (versión fina de los chiringuitos en la que se sustituyen las sillas de plástico por camas balinesas), en la playa más cercana, la de El Saladillo, sita en la zona conocida como «nueva Milla de Oro». Pero las intenciones se han frustrado, hasta ahora. Esas dependencias playeras del hotel llevan dos años construidas sin que se hayan llegado a abrir de forma estable por demoras en los permisos. De hecho, ya empezaban a mostrar los primeros síntomas de abandono, hasta que en estos días se están volviendo a acondicionar, lo que se ha interpretado como «sintomático». Sí lleva tiempo funcionando a pleno rendimiento el «racket club» aledaño al chiringuito de playa, también bajo la marca Villa Padierna. Se trata de un club de pádel y de tenis dirigido por Teresa Casado, que ha sido profesora de José María Aznar en esta disciplina deportiva. De hecho, desde que los Aznar tienen casa en Guadalmina visitan de vez en cuando estas instalaciones. Porque la que a partir de ahora será conocida como «la playa de los Obama» (si es que Michelle llega a pisar esta o cualquier otra) es bien conocida por la vieja guardia del PP. Especialmente por el ex secretario general Ángel Acebes, que veranea desde hace años en un hotel aledaño al fallido chiringuito playero del Villa Padierna. No se trata, sin embargo, de un enclave exclusivamente «pepero», ni mucho menos. También es visitante asiduo de la zona el presidente del Senado, Javier Rojo, y a pocos kilómetros están los famosos y controvertidos áticos del presidente del Congreso, José Bono, en la urbanización Las Náyades de Estepona. Igualmente, visita a menudo estos pagos el portavoz socialista en el Congreso y ex ministro José Antonio Alonso. Las inmediaciones del Hotel Villapadierna, que en realidad está a casi veinte kilómetros del centro de la ciudad de Marbella, son variopintas. El núcleo de población más cercano es Cancelada, una popular pedanía de Estepona venida a más por los últimos coletazos del boom urbanístico. Con el desarrollo de su litoral (las urbanizaciones de Costalita) la zona acoge a un turismo de nivel medio-alto mitad británico, mitad español. En suma, Michelle Obama no veraneará en Marbella (lo hará en Benahavís, con vistas a las playas de Estepona), no verá desde su suite la tradicional campiña andaluza, sino la teatralidad de una falsa Toscana, y, llevada en volandas por su séquito, se librará del tradicional atraco de la ración de pescado a la sal a precio «según mercado» de cualquiera de los restaurantes de los alrededores. O sea, que no va a conocer nada.
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