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ABC Cultural

cine

Las cálidas entrañas de trapo

Dirección: Lee Unkrich / EE.UU, 2010, 103min / Género: Animación

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e. rodriguez marchante

En un asombroso alarde de músculo creativo, Pixar ofrece un preámbulo, un corto, a su remate final de «Toy Story», que es un prodigio no tanto de animación como de concepción y de pensamiento. Se titula «Día y Noche» y muestra con sublime secillez ideológica cómo armonizar lo incompatible o reconciliar lo antagónico mediante los influjos del sol y la luna, y el vacío de unos dibujos.

Tal vez sólo se trate de acomodar las meninges del espectador para que sepa estar a la altura del mundo que le abre «Toy Story», ya una trilogía casi a la altura de «El Padrino». Y ese mundo está, como el de Alicia, al otro lado del espejo, de la puerta: cuando ésta se cierra, florece ese universo, el de los juguetes. Y aunque ya conocemos, por las anteriores, cuál es el punto de vista de esta monumental obra, no por ello deja de ser asombroso, revolucionario: se ve al ser humano, al niño, a través de los ojos de sus chismes y muñecos. Es decir, somos lo que nuestros utensilios (juguetes, cuando eres niño) ven en nosotros. Aunque el análisis es más complejo, pues se consigue representar la diversidad, la confusión y la emoción del mundo de carne y hueso en una caja llena de cachivaches viejos.

La vida misma: la inseguridad, la decepción, el temor al abandono, al mañana, a la incapacidad, a no sentirse correspondido..., en fin toda esa alteración emotiva se apodera del arsenal de juguetes de Andy cuando éste, ya un maromo camino de la Universidad, duda entre apilarlos en el desván, regalarlos a una guardería o sencillamente tirarlos a la basura. Y de este modo naïf, una aventura infantil, se instala en cualquier cabeza un pensamiento adulto; más aún, filosóficamente adulto: cualquier ser humano pasa por esa sensación de «juguete» abandonado, inservible, listo para el olvido o para el desguace. El 3D no le da más profundidad al asunto, aunque sí algo más de vistosidad.

Las aventuras de Woody, Buzz, los señores Patata, el cerdito Hamm, Rex... son una versión acelerada de las de Indiana Jones. No hay un minuto de descaso, y si lo hay, se aprovecha para inventar algo: la inclusión de Barby y Ken, divertidísima, o la de ese malvado Oso de peluche que interpreta, aunque él no lo sepa, a esos figurones resentidos que mantienen engañadas a las masas muñequeriles mediante un victimismo y una manipulación que recuerda al más recalcitrante nacionalismo separatista («nos tratan mal, pero nos vengaremos»), o la de ese otro momento surrealista en el que Buzz Lightyear se convierte en un latinlover andaluz al modo de Banderas (aquí, le pone voz de cantaor gitano Diego «El Cigala»).

Se ha corrido la voz de que esta tercera y probablemente última parte de «Toy Story» es la mejor de las tres, y aunque sea algo prematuro aventurarlo, lo que sí es cierto es que tiene un plus de emotividad mayor, porque no sólo ha madurado el niño sino también sus circunstancias, sus juguetes, y con ellos probablemente también se ha sazonado algo el pensamiento del espectador. Y no quisiera pecar de optimista al respecto, pero tal vez ocurra que nuestros hijos, influidos por la reflexión «toy», dejen de machacar, primero a sus juguetes, y luego ya pues al resto del mundo.

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