Kosovo, el refrendo de un hecho
La jurisprudencia muestra que la independencia no es un derecho sino un logro reconocido
La última región en solfa del fallido experimento yugoslavo es final y legalmente independiente : no es más ni menos justo –la historia no lo es– sino una realidad. Como a casi todas las regiones europeas, a ésta se le puede encontrar distinta razón y origen, según cuándo y por donde se abra el libro, quién dominara por entonces y, aún, quién lo escribiera.
Pero, en los últimos mil años, esta parte de Dardania y Moesia ha sido predominantemente una región sureslava , de población albanesa y dominio otomano. El reciente poder serbio agregó a Kosovo el apellido de Metohija , vano intento de reivindicar la innegable historia del Patriarcado de Pec .
Ahora hará cien años que la región fue incorporada –no sin razones, pero sí sin justicia– al renacer nacional serbio, pero el esfuerzo fue brutal, aparatosamente fallido y zanjado en 1999 por una intervención encabezada por la OTAN.
Con rara serenidad y disciplina, Kosovo no ha ejercido el llamado derecho de autodeterminación, conocedores de la precariedad y orígenes de tal figura en el derecho internacional.
Producto estatal inacabado
La Yugoslavia fundada por serbios, croatas y eslovenos (1918) era un producto estatal inacabado que, en la práctica, sólo se había sostenido por guerras y dictaduras y desapareció de seguido.
El sueño kosovar es producto primero de tal disolución inapelable y luego de una agresiva revolución cultural serbia que hizo odiosa –y peligrosa– la continuidad al resto de los inquilinos de aquel estado. La jurisprudencia muestra que la independencia no es un derecho sino un logro reconocido . Expertos en el derecho de los pueblos explican cómo exige la consideración de otros.
Y por tanto hay condiciones: conveniencia internacional, viabilidad interna, aceptación de y por los vecinos, no conflictividad, asunción de un acerbo deseable, a lo que pueden sumar confesión, lenguas y otras particularidades. Se puede argumentar que algunas no se cumplen, pero quedan las primeras y orignarias: sin Yugoslavia y con el odio serbio, no habría habido más alternativa .
Queda para la panoplia de las torpezas diplomáticas el brusco posicionamiento de España contra Kosovo –tras reconocer en grupo las secesiones anteriores– y ordenado por Moncloa dos meses antes del día acordado –17 de febrero de 2008– al parecer inconveniente para la política del gobierno.
El enfado de Zapatero
La razón última del inopinado giro, según ha rastreado este diario, fue el enfado del presidente Rodríguez Zapatero al sentir ninguneada por los norteamericanos, primero, y las potencias europeas, después, la que consideraba su única condición: que la declaración se pospusiese a después de las elecciones de 2008.
El primer ministro kosovar afirmó a ABC “comprender y respetar las consideraciones de la política interna española”; pero muchos en Kosovo lamentaron la “agresividad gratuita” que el ministro Moratinos y su presidente habrían empleado, para vengarse de lo que sólo era el último paso de un proceso, ya en marcha antes de que ambos estuvieran en política.
Si además de no colegial “la opción de Zapatero resulta absurda”, como ha señalado a este diario el embajador de EE.UU. en Pristina, “más va a serlo ahora oírle decir ‘digo’ donde dijo ‘Diego’”. Porque el caso ha terminado en la Corte Internacional de Justicia por iniciativa sola de tres líderes: Putin, Lukashenka y Zapatero.
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