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El fulgor de la «marca África»

La «herencia» del Mundial de Sudáfrica beneficia a todo el continente, que vive un «efecto llamada» económico y diplomático

El fulgor de la «marca África» AFP

EDUARDO S. MOLANOE. S. MOLANO

«Después de escalar una montaña muy alta, uno descubre que todavía quedan cotas aún mayores por ascender». Unas palabras, pronunciadas por el ex presidente sudafricano Nelson Mandela poco después de su llegada al poder en 1994, que definen a la perfección el actual momento político, social y económico que experimenta «el país del arcoiris».

Porque, pese al éxito internacional cosechado con el Mundial de fútbol, el verdadero partido comienza ahora para el continente africano. Aunque las perspectivas, lo cierto es que resultan esperanzadores.

Según una encuesta elaborada para la Fundación «African Response», de los 400.000 aficionados extranjeros que acudieron a Sudáfrica durante el torneo, el 92% recomendarían a sus conocidos tanto este país como el resto del continente como destino turístico. De igual modo, como señala Lee Anne Bac —director del Grant Thornton, un «think tank» local— la «marca África» ha despertado un «efecto llamada» en la región, por lo que hasta el próximo año se esperan más de un millón y medio de nuevos visitantes.

«Los ciudadanos sudafricanos deben estar muy orgullosos de lo conseguido en el último mes, sobre todo al haber logrado una cierta unión económica en el continente», asegura Anne Bac.

Una declaración de intenciones que cuenta con serias posibilidades de transformarse en cifras reales. Mientras que el Departamento del Tesoro sudafricano clarifica que la resaca del torneo añadirá cerca de un 0,4% más al PIB; Grant Thornton ya auspicia que el crecimiento de la economía nacional podría ser de hasta el 0,5% en este ejercicio.

Pero al margen de los éxitos producidos en la economía sudafricana, el mayor efecto de este Mundial ha sido la creación, por primera vez, de una «marca África» que cuenta con connotaciones muy positivas en occidente.

Modelo de «gran éxito»

Según un reciente informe publicado por la consultora británica McKinsey & Co, en los últimos seis meses, los inversores han pasado de la «desconfianza inicial» a considerar el continente africano como un nuevo modelo de «gran éxito» y un objetivo de inversión para aquellos que buscan nuevos mercados.

Para McKinsey, «aunque es cierto que las guerras, desastres naturales o malas políticas del gobierno podrían detener o incluso revertir estas expectativas en cualquier país; a largo plazo, las tendencias internas y externas indican que las perspectivas económicas de África son muy fuertes».

Y, esta vez, la política africana parece ser consciente de ello.

A la final del Mundial, disputada en Johannesburgo, acudieron 15 jefes de Estado subsaharianos, entre los que se encontraban mandatarios tan antagónicos como el presidente de Mozambique, Armando Guebuza, o el de Kenia, Mwai Kibaki. Unas naciones que podrían beneficiarse de una «marca» propia, que no queda limitada a la aparición de vuvuzelas en su territorio o al panafricanismo dibujado por Robert Mugabe en la década de los años 80.

En el último semestre, las economías emergentes africanas han aumentado sus exportaciones en un 7%, mientras que el PIB continental podría crecer del 5,5% al 6%, solo en lo que resta de año.

Pero lo cierto es que para que estas perspectivas se puedan capitalizar, el motor sudafricano debe mirar en la misma dirección. Aunque quizá sea ésta la empresa más complicada.

En la actualidad, el gobernante Congreso Nacional Africano (ANC) se encuentra dividido en dos facciones opuestas en su política economía. Por un lado, desde su llegada al poder, el presidente Jacob Zuma intenta mantener en sincronía tanto a los miembros más beligerantes de la extrema izquierda de su partido como a los clanes pro-empresariales, para evitar la fuga de los capitales extranjeros.

El «halcón» sudafricano

En cambio, el líder de las juventudes del ANC, Julius Malema —un halcón de la política sudafricana, reverenciado por la Venezuela de Hugo Chávez—, aboga por la drástica medida de nacionalizar las minas y los bancos, sectores más que sensibles, con la consecuente y más que previsible huida de inversores.

Así que ante la falta de sincronía en la economía sudafricana, quizá deba ser la acreditada política social el motor que capitalice el desarrollismo continental.

Durante la cumbre sobre Educación que discurrió de forma paralela al Mundial, el presidente sudafricano anunció en Ciudad del Cabo su intención de destinar en los próximos años el 20% del presupuesto de su país a medidas educativas.

De igual modo, en los últimos meses Zuma lidera una campaña para que su población se someta a la prueba de detección del sida, en una nación en la que cerca del 13% de su población es portadora del virus. Una medida sin precedentes —dado el perfil del sujeto— que demuestra que algo está cambiando en el continente africano, una región que ya renuncia a ser vista tan sólo como el pariente desfavorecido al que dar limosna.

CORRESPONSAL EN NAIROBI

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