El primo rápido de Jason Bourne
Aunque se puedan detectar muchos elementos y detalles que las distingan, no es difícil ver cierta semejanza entre esta película de James Mangold y aquella otra de Hitchcock que se tituló «Con la muerte en los talones». Evidentemente, ni Mangold es Hitchcock, ni Tom Cruise es Cary Grant (en lo tocante a ellas, si Hitchcok hubiera visto moverse a Cameron Díaz, Eva Marie Saint hubiera viajado en turista en aquel tren), pero el ritmo y el sentido del humor, de la narración y del espectáculo participan de un mismo aire. En cuanto a aquella proverbial desfachatez de Hitchcock para dejar sueltos hilos narrativos o para ciscarse en la verosimilitud de un plano o una escena, me temo que James Mangold consigue superarla por muchas cabezas en esta película. Y la nimiedad del «macguffin», que aquí es una pila inagotable, es digna del espíritu de la película.
«Noche y día» cuenta las increíbles aventuras de una chica corriente a los lomos desbocados de un supuesto agente secreto al eficaz estilo de Jason Bourne, y entre el torbellino surrealista de las situaciones se va fraguando la historia de amor entre estos dos personajes que son, sí, la noche y el día (en el título original, la palabra no es «noche» sino «knight», en el sentido caballeresco). En efecto, el colmo del tópico y de la banalidad: persecuciones, metralla, excesos, romance y química hollywoodiense entre los protagonistas, que juegan ese tuya-mía que siempre busca el gran cine y que alguna vez lo encontró en nombres como Grant-Hepburn (las dos, también la de «Charada») o, más terrenales, Douglas-Turner.
Mangold sitúa al espectador en el interior del personaje de Cameron Díaz, con lo que participa del mismo desconcierto y caos mental que ella mientras huye de un lado a otro del mundo sin saber por qué o de quién... La perplejidad se sube en cohete cuando la acción se instala en Sevilla durante ¡los sanfermines! en una mezcla dadaísta entre gigantes y cabezudos, morlacos y flamencos que cualquiera sin mucho sentido del humor se tomará como algo personal (¡ay mi Sevilla!, ¡ay mis encierros!) sin caer en la cuenta de que el cine tiene licencia para rodar «Casablanca» y el África de Tarzán en una nave-almacén a las afueras de la ciudad.
Habrá otros modos de ver «Noche y día», incluso con diversos grados de cabreo, pretensión y acidez de estómago, pero el mejor es tomársela como una parodia de las películas de espías, trepidante, ingeniosa y con una pareja protagonista con aquella dentadura blanca del gran Hollywood.
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