Si Capra pensara en verde

La quijotesca historia de un ogro, una princesa, un asno, un gato y una lejana ínsula estaba ya tan exprimida como el refranero, y DreamWorks ha querido darle un último apretujón hasta sacarle hasta su última gota de fantasía con este definitivo «Felices para siempre». Como lo del 3D ha dejado de ser novedad y noticia, habrá que buscarle otra a la cuarta y terminal entrega de la serie: el otro hilo de la historia, o dicho de otro modo, qué hubiera pasado si Shrek no rescata a la princesa Fiona del castillo en el que un gigantesco dragón la tenía secuestrada... Se cambia, pues, el érase una vez por el hubiese sido una vez.
El argumento es levantisco y disciplinado a un tiempo. Es provocador porque el ogro verde se desprecia a sí mismo por su vida burguesa dentro de unos calzonazos, cargado de hijos y responsabilidades, incapaz ya de asustar a nadie..., pero el «síndrome carpiano de qué bello es vivir» o la «resaca nevilliana de la vida en un hilo» le harán ver que su vida, de no ser como es, sería tan agradable como una chincheta en el interior del zapato.
Pero, más allá de esas briznas filosóficas del «no sabes lo que tienes, tío, hasta que lo has perdido», el nuevo «Shrek» no consigue apagar el incendiario recuerdo del primero de todos, aquel fulano que entró en la pantalla como una estampida de bisontes, asilvestrado, guarro y con un sentido del humor en cuatro o cinco dimensiones. Ahora, el 3D funciona sin marear y la gracia y el ingenio son de recuelo; aunque tiene, claro, algunos momentos y golpes dignos del original, como las primeras secuencias que nos revelan la comprensible nostalgia de un Quijote reconvertido en Sancho Panza, pero, sobre todo, el personaje fáustico de Rumplestiltskin, que es el motor de la trama con sus contratos llenos de actualidad financiera y letra pequeña y viscosilla.
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