El monstruo de la dulce Bélgica
El caso Dotroux fue un escándalo de los años noventa que puso de relieve la inoperancia del Estado belga

Charleroi era una ciudad un tanto deprimente del sur de Bégica, azotada por el paro y el bajón de la economía. Allí, Marc Dutroux disponía de tres lujosos chalets, en los que la Policía encontró un submundo de terror que nadie había podido imaginar en un país tan burgués y aparentemente apacible. En el sótano de su residencia encontraron a las niñas Sabine y Laetitia, encadenadas y aterrorizadas. Y en posteriores excavaciones, fueron apareciendo los cadáveres de cuatro niñas y un adulto.
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Se reconstruyó entonces la historia. En los últimos cuatro años, Dutroux había secuestrado a seis niñas a las que mantuvo encadenadas a una cama en un sótano, y a quienes filmaba mientras las violaba para distribuir después esas películas en redes de pederastia. Las circunstancias de la muerte de dos de ellas nunca quedaron claras. Sí se supo que las pequeñas Julie y Melissa murieron de inanición en el par de meses en los que Dutroux fue encarcelado por su participación en una red de tráfico de coches robados. Su mujer, Martine, no quiso bajar al sótano a alimentarlas. Dijo que le daba miedo. Entre los cuerpos hallados encontraron el de su cómplice Bernard, a quien había enterrado vivo.
Con pensión del Estado
Quienes entonces éramos corresponsales en Bruselas no dábamos crédito. El caso produjo indignación por la incapacidad de la Policía, la desidia de la Justicia y la inoperancia del Estado. Antes de aquellos crímenes, en 1986, Dutroux y su mujer ya habían sido juzgados por violación de cinco niñas. Per[/10TEXTO]o, tras poco más de tres años de cárcel, el violador era puesto en libertad, e incluso recibía una pensión del Estado por supuesta «incapacidad». Ni su historial de pederasta violador ni sus delitos como traficante de drogas y mafioso sirvieron para que la Policía sospechara que era él quien estaba tras la desaparición de las niñas.
Después, la instrucción del caso fue otro escandaloso despropósito. Para empezar, el juez Connerotte fue apartado sólo por participar en una cena (unos espaguettis) con los familiares de las víctimas. Connerotte era un juez muy comprometido, muy volcado, que denunciaba entre lágrimas las amenazas que recibía. Fue entonces cuando más se habló de las «intocables» personalidades que habrían sido clientes de los vídeos pornográficos de Dutroux. Nunca se probó nada. A mitad del caso, Dutroux protagonizó un peliculero intento de fuga. Tardó más de siete años en ser juzgado y condenado a cadena perpetua. Aún hay quien dice que con él se limitaron a encerrar bajo siete llaves el caso que hizo sospechar a los belgas que, bajo la plácida superficie de su país, corren sumideros de horror inimaginable.
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