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Las ponderaciones de Félix Pons

La clave del ex presidente del Congreso fallecido ayer era no confundir las oportunidades con los fundamentos

VALENTÍ PUIG

La trayectoria vital de Félix Pons Irazazábal acogía de modo paradigmático la política como experiencia del bien común. Ha muerto a los 68 años, víctima de un cáncer de páncreas que llevaba tiempo acosándole. Bajo sus cejas espesas mantenía una mirada de ironía inmutable, sutilmente mediterránea, solo alterada cuando desde las gradas del estadio padecía cuando le marcaban un gol al Real Club Deportivo Mallorca.

Su padre, Félix Pons Marqués, un hombre de la democracia cristiana de Jiménez Fernández, fue deportado a Fuerteventura por haber participado en lo que el régimen de Franco llamó «Contubernio de Munich», encuentro crucial de la oposición democrática. Su tío Joan Pons fue clave en el mallorquinismo cultural. Él ingresó en el PSOE en 1975, tuvo escaño como diputado por Baleares a partir de la legislatura constituyente de 1977 y pasó brevemente por la política autonómica balear, optando a presidir el ejecutivo autonómico, que finalmente quedó en manos del pacto PP-UM.

Fue Ministro de Administración Territorial entre 1985 y 1986, en las plenitudes del felipismo. Luego ejerció una larga y serena presidencia del Congreso, de 1986 a 1996. Gustaba de generar espacios políticos de moderación y consenso, de operar con el criterio de constitucionalidad que hoy en día es motivo de añoranzas. «Somos el tiempo que nos queda», dejó dicho al descubrir su retrato en la galería de presidentes. Había liderado los mejores tiempos del socialismo balear.

Se retiró de la acción política sin perder mucho tiempo mirando hacia atrás. Volvía a ser un señor de la vieja Palma, el abogado de toda la vida, el profesor de Derecho Mercantil, aunque ya no existía el bar Formentor para tomarse cautelosamente un «dry martini» y hablar de Habermas o comentar alguna paradoja de «El gatopardo», alguna jugada feliz del partido del domingo. Ubicado holgadamente entre la socialdemocracia y la democracia cristiana «centro-sinistra», mantuvo siempre un pudor político inusual a la

vez que practicaba un catolicismo claro y activo. En 1979, se había retirado transitoriamente de la ejecutiva socialista balear al no ser aprobada su ponencia pro-sociademócrata. La clave infrecuente era no confundir las oportunidades con los fundamentos.

Insultado por Castro

Le cupo el honor de que Castro le llamase «tipejo fascista» al no ser incluida Cuba en la IV Conferencia de Parlamentarios Iberoamericanos. Presidió con mano firme la sesión célebre de 1989 de la que, con una suspensión de unos minutos, expulsó del hemiciclo a los tres diputados de Batasuna. En su pleno de despedida, final de la etapa González, no aceptó solicitaciones presurosas de la izquierda de su partido para una ampliación de urgencia de la ley del aborto. Solía criticar las disfunciones del sistema educativo y la quiebra de la formalidad en el trato político. El político ponderado y ecuánime aparecía todos los veranos en bermudas, con equilibrios precarios pero fijos en la tabla de «indsurfing». Eso era: Félix Pons o la importancia absoluta de tener formas.

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