Suscríbete a
ABC Cultural

ENTREVISTA

«Un agente alemán me quiso estrangular, creo que lo maté»

La condesa de Romanones se confiesa en «El fin de una era»

ABC

ANTONIO ASTORGA

La mujer que sabía demasiado. Porfiando contra alguna que otra garrapatilla que se le ha incardinado de sus paseos por el campo extremeño, Aline Griffith mantiene la belleza, la clase y la elegancia que la convirtieron en una de las mujeres más poderosas desde los 21 años. Se ha codeado con los amos del mundo, presidentes de Gobierno, estrellas de Hollywood... En «El fin de una era» (Ediciones B) cuenta sus relaciones, desde Franco hasta Nixon, Reagan o el rey Hassan, el cine, el toreo y la vida cultural y social de España.

—En 1943 la reclutaron para la oficina predecesora de la CIA. ¿Por qué deseaba ser espía a sus 21 años?

—¡Yo quería entrar en la Segunda Guerra Mundial!, donde estaban dos de mis cuatro hermanos. Rabiaba. Me indignaba que las mujeres no pudieran ir al frente. Aterricé en España, donde al ser país neutral no pasaría nada. ¡Y Madrid fue el centro de espionaje internacional durante la Segunda Guerra Mundial!

—¿Cuáles eran sus obligaciones como espía?

—Variadas. Entrenábamos, aprendíamos a utilizar armas, cuchillos o el cuerpo para contraatacar...

—¿Usó alguna vez su arma?

—Sí, una vez que me atacaron. Cuando estás en peligro, no tienes tiempo para pensar en el miedo; debes reaccionar. Yo llevaba en el bolso una pistola pequeña y la pude sacar mientras mi enemigo intentaba estrangularme. Y yo creo que lo maté. Disparé sin pensar y cayó al suelo. Si están intentando matarte estrangulándote, no tienes tiempo para considerar si estás haciendo bien o mal.

—¿Quién la intentó estrangular, condesa?

—Un agente de los alemanes. Estaban todos con la preocupación de que iban a ir al juicio de Nuremberg, donde se pensaba que los que habían trabajado para los nazis iban a ser ejecutados.

—En España organizó una célula de 15 mujeres.

—Y elegí a militantes comunistas, porque los americanos nos decían que teníamos que usar agentes comunistas, ya que los rusos comunistas eran nuestros aliados. Eran mujeres estupendas. Mi mayor encargo era enterarme de quiénes eran los más proalemanes de la sociedad española.

—A usted la cortejó el torero Juan Belmonte.

—Sí, me enviaba a su mozo de espadas con flores, pero yo pensaba que un torero tenía que ser grande y fuerte como los futbolistas norteamericanos, y me encontré con este hombre bajito, que era muy simpático, muy buena persona y tenía unos ojos azules muy vivos. Me cautivó su manera de hablar, y me confesó que le daba miedo torear; lo hacía para ganar dinero y poder mantener a su madre.

—¿Cómo se enamoró del conde de Romanones?

—Inmediatamente, era diferente a todos.

—¿Mantuvieron su amor en secreto?

—Si no, me habrían enviado de vuelta a EE.UU.

—¿Un espía se puede enamorar?

—No.

—¿Quién dio el visto bueno a su romance?

—Su abuelo, el conde de Romanones.

—Su marido pasaba muchas horas con actrices, como Audrey Hepburn. ¿Hubo algo entre ellos?

—Ja ja ja... Todas estaban entusiasmadas con Luis, porque era muy entretenido, divertido.

—¿Y de Ava Gardner llegó a tener celos?

—Celos, celos... no. Yo me fiaba de Luis. Creo que tuvimos un buen matrimonio.

—¿A Ava le perdió el alcohol?

—Sí, ella estaba muy enamorada de Frank Sinatra, pero él le engañaba. Ella era muy buena persona, muy diferente de como la han «publicado».

—¿Con Franco usted vivía mejor?

—¡Desde luego! ¡Mire hoy día cómo estamos! En aquellos momentos todo el mundo iba a mejor; había trabajo. Un día un hombre que comenzó vendiendo periódicos vino a enseñarme su coche, su Seat. Lo que me parece estupendo de Franco es que creó una gran clase media. Y no se puede tener una buena democracia sin esa gran clase media. Y hoy está sufriendo mucho esa clase media; ¡todos!

—¿Vamos a peor?

—El desastre es que muchos de sus ministros no están preparados para el trabajo que tienen entre manos. Y eso que no me gusta criticar al Gobierno.

—Dice usted que los que se quejaban de Franco eran los que más mejoraban después.

—Sí, sí. Y es lo más extraño. Franco instaló escuelas y universidades a montones en España.

—Cuente lo de las perdices de Franco y el duque de Windsor.

—¡Ah! En las cacerías, los soldados de Franco le robaban perdices al duque, y el general no sabía que lo estaban haciendo. Franco era un cazador de perdices estupendo, de los mejores.

—¿Y el duque no se daba cuenta de que le escaseaban las piezas?

—Windsor estaba furioso porque él era muy mal tirador. Eran muy divertidas sus conversaciones. ¿Sabe lo que me dijo Franco una vez?

—Dispare.

—Cuando se enteró de que Batista había sido derrocado por los «barbudos» en Cuba: «Siempre decía yo que los dictadores no tenían un buen final». Él no se consideraba dictador.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación