rosa díez
Tres días con la diputada de UPyD
Ahora que su futuro despista incluso a las casas de demoscopia, hemos hecho seguimiento de cómo busca consolidarse la gran incógnita de la política nacional

Un click de Famobil pone la pincelada naïf en la solapa de la chaqueta de Rosa Díez. En los peculiares broches de la diputada de UPyD siempre hay una trastienda de códigos, guiños y afectos. Con uno de un gato y otro de una libélula prendidos a un traje rojo anunció en agosto de 2007 que rompía con treinta años de militancia en el PSOE para fundar un nuevo partido, y con el del muñequito articulado se va para Getafe, a captar militantes en la plaza de la Constitución, junto al Ayuntamiento. «Me lo ha regalado una amiga -dice, al tiempo que lo endereza en su imperdible-, porque va vestido de nuestros colores. ¿Ves? Casi del magenta de nuestro logo». «Esos broches los venden en Chueca», apunta un joven militante, mientras entrega a un viandante un par de folletos de propaganda de Unión, Progreso y Democracia.
Rosa se ha instalado en una mesa, a los mismísimos pies del edificio consistorial, en pleno corazón de la populosa ciudad sureña. En 2008 el Ayuntamiento getafeño desmanteló por la fuerza una campaña callejera de miembros de UpyD, so pretexto de que estaban ensuciando las aceras con papeles, y, ahora que una sentencia judicial ha dictaminado que se vulneró la libertad de expresión, el partido aprovecha para volver al lugar de los hechos. Y para captar nuevos afiliados y simpatizantes.
El trasiego es constante y la curiosidad del personal, intensa. La calle acredita lo que certifican las encuestas: que Díez es sobradamente conocida por la mayoría de los ciudadanos, por encima de varios de los ministros de Zapatero. Al verla, algunos se limitan a mirar, pero otros rompen el hielo y se acercan: «Me acaba de llegar el recibo de la contribución. Cuarenta euros. Es una vergüenza. A ver si usted, que ha sido de ellos, mueve algo». «De mi familia -dice un hombre de mediana edad- catorce la hemos votado». Díez, pendiente de quienes se aproximan, hace un bienhumorado aparte con su gente de confianza: «¡Sacamos 303.000 votos en las generales y en estos dos años ya he saludado a muchísimas más de 303.000 personas que me aseguran que nos han votado!». Se la ve en su salsa, tratando de desmantelar un innegable lastre: ella es popular, su formación no. «¿Qué es esto?», dice una señora desconcertada ante los pasquines de UpyD. «Es un partido político», aclara Díez con tono didáctico y una sonrisa de oreja a oreja. No falta quien al abordar a la diputada increpa con palabras gruesas al alcalde de Getafe, Pedro Castro, que a la vez es presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias. «Castro -reflexiona Rosa, después de palpar la irritación de algunos vecinos- es buen ejemplo de la mediocracia que impera hoy en España. O sea, de gobierno de los mediocres».
Díez explica que desde que obtuvo su escaño en el Congreso la actividad parlamentaria ocupa buena parte de su tiempo, pero tiene que encontrar hueco para seguir abonando las raíces del aún frágil UpyD. Incrementar el contacto con los ciudadanos, es, dice, capital. «Hay que escucharlos y acercarse a ellos para, al menos, suscitar su interés». Más difícil es conseguir que se afilien (ahora mismo UPyD tiene 6.542 militantes), pues para ello hay que abonar una cuota de 20 euros al mes. Un dinero, en tiempos de crisis. Pero los dirigentes del partido estiman que así se consiguen adhesiones más activas y comprometidas. De hecho, la formación, modestamente, continúa con su expansión territorial. El día anterior, a primera hora de la tarde, la líder se había desplazado a Toledo para inaugurar la sede de Castilla-La Mancha. Allí la esperaba la militancia regional. El local está en el barrio de Santa Bárbara, zona popular de la ciudad imperial de voto mayoritariamente socialista. Aún no ha habido ni tiempo de retirar el cartel de los anteriores inquilinos: «Seguros La Estrella». El acto resultó sencillo y austero. Ni un canapé, sólo unas espartanas bandejas de caramelos. Saludos, fotos. Este reducto toledano en zona obrera es buena metáfora de un sambenito que Rosa Díez quiere quitarse de encima: el de que su partido sirve sobre todo de refugio a votantes derechistas rebotados con el actual estado de cosas en el seno del PP. Ella insiste en que mayoritariamente se convertirá en la opción de una izquierda desencantada.
El viernes no ha arrancado como casi todos los días que Rosa Díez pasa en Madrid. Lo más frecuente es que la recojan en el hotel (uno periférico, nada del clásico Palace ni del «chic» Urban) para llevarla al Congreso o a la sede del partido, que está al lado. Hoy la agenda tiene más colorido. A las nueve de la mañana asiste en el hotel Ritz a un concurridísimo desayuno informativo en el que Nick Clegg se presenta ante los medios españoles ya como viceprimer ministro del Reino Unido. A la líder de UPyD le interesa el «milagro liberal» británico y quiere conocer de primera mano el discurso de quien encabeza un proyecto que ha logrado ser «bisagra determinante», la privilegiada condición a la que su partido aspira. Sale satisfecha («este hombre no ha perdido la frescura»), y elogia su cintura («le han querido llevar al huerto con las preguntas sobre Rajoy y no se ha dejado»).
Entre acto y acto, en el coche, la diputada saca el máximo partido a su iPhone: «Aprovecho para entrar en Facebook y colgar comentarios de urgencia. Precisamente acabo de enviar uno sobre Eguiguren. Es el colmo que se atreva a decir que la izquierda abertzale nos va a traer la paz». Explica que la inmediatez y agilidad de las redes sociales compensa una limitada dedicación a su blog: «Los artículos llevan su tiempo y ahora sólo puedo escribir una vez a la semana». Enganchada a las nuevas tecnologías, se recrea en que «puedes subir cualquier cosa en cualquier momento. Hace poco colgué una foto de mi tarta de cumpleaños y enseguida recibí un montón de comentarios. ¡Qué rica, de frutas!, me decían. Creo que los ciudadanos agradecen que también les haga partícipes de las cosas cotidianas».
Todos los fines de semana (normalmente el viernes, y cuando la agenda afloja, el jueves) se marcha a su casa de Bilbao. Siempre monta una comida familiar, con sus hijos: «Nunca fallan. ¡Y no me traen la ropa para lavar, así que no es por eso!». Las carreras de Fórmula 1, pasión de su marido y de su hijo Diego interfieren a veces en el reencuentro semanal: «Si se corren en América, bueno, porque son por la tarde. Pero en plena hora de comer...». Últimamente, y según se acercan las elecciones catalanas, el habitual plan doméstico de fin de semana se quiebra: «Estoy viajando bastante a Cataluña». ¿A desactivar a Ciudadanos? «Ellos van de antinacionalistas, y nosotros no. Defendemos un proyecto nacional sin complejos, simplemente». Su reto en esa autonomía es, dice, «movilizar a los votantes que participan en las generales y se abstienen en las autonómicas».
El lunes, en la sede de UPyD, en la calle Cedaceros, junto al Palacio de la Carrera de San Jerónimo, Díez articula la argumentación de su próxima pregunta en el Pleno del Congreso. Toma breves apuntes en un papel: «Le voy a preguntar a Zapatero qué va a hacer para recuperar el crédito de España. Porque en cuanto se le han acabado los cheques para comprar voluntades, él sí que ha perdido todo el crédito. Ha montado unos equipos sólo para la imagen y la foto, hasta que ha tenido que venir Angela Merkel a decirle lo que tiene que hacer». Flota en su despacho un aroma dulzón: «Es Eau de Zucchero. La compro en Bilbao. A veces, en las reuniones, me dicen “aquí huele como a postre, porque, como su nombre indica, es un olor azucarado”». «Aún faltan cuadros», comenta desde un ya casi legendario sofá rojo de cuero (Ikea), procedente de la primera sede que tuvo UPyD en la calle Orense de Madrid. Hay un panel repleto de estampas familiares y una estantería semivacía, presidida por una fotografía de Díez con el Príncipe de Asturias, y dedicada por Don Felipe. «Me llamó a Zarzuela y estuvimos hablando dos horas». Discreta, no revela ni un solo pormenor de ese encuentro.
Junto a su despacho está el de Carlos Martínez Gorriarán, su brazo derecho en el Consejo Político de UPyD. Gorriarán, profesor de la Universidad del País Vasco, aporta combustible intelectual y doctrinal a esta incierta aventura política. Y reitera que las propuestas que se elaboran en el seno de la aún tierna formación las plagian constantemente los grandes partidos: «Por ejemplo, en cuanto nosotros denunciamos el sobrecoste de las autonomías, el PP se subió inmediatamente al carro». También opina que les están copiando el espíritu de uno de sus lemas fundacionales: «Lo que nos une». Tanto Díez como Martínez Gorriarán están muy atentos a las encuestas de intención de voto que estos días están publicando los medios, pero la horquilla en la que sitúan a UPyD es muy confusa: «En ABC salimos con un 2,9 por ciento, Público nos da más del cinco... No hay referencias muy fiables sobre lo que puede ocurrir con nosotros. ¡Si en el recuerdo de voto que elabora el CIS sale más porcentaje que el que realmente obtuvimos!». El eje de las esperanzas de UPyD se resume en una frase que la diputada utiliza recurrentemente: «La gente está hasta el gorro». Pero en un país en el que tiene tanto peso lo que los sociólogos llaman «voto biográfico» («los míos son los míos, hagan lo que hagan»), abrirse paso con unas nuevas siglas es arduo. Además, no parece sencillo hacer entender con claridad de qué pie cojea UPyD. O qué es la tan famosa como farragosa transversalidad: «Pues la transversalidad es trabajar para que todos los ciudadanos tengan la máxima libertad individual e iguales derechos en toda España, y para eso son válidas políticas tanto de la derecha como de la izquierda consideradas en un sentido clásico». Y, ¿qué hay del aborto? Aduce que «habría que haber delimitado mejor la anterior ley», para evitar coladeros. De la nueva, apunta, «rechazamos que se declare como derecho lo que es una tragedia, y, por supuesto, que las menores puedan abortar sin conocimiento de sus padres».
A la líder de UPyD la espera su equipo para preparar la semana parlamentaria. Antes de que entre en la sala de reuniones, abrimos el baúl de los recuerdos: ¿Se arrepiente de haber actuado judicialmente contra una viñeta de Antonio Mingote en ABC, cuando era consejera de Comercio y Turismo del gobierno vasco? «Fue una demanda civil, no contra él, sino porque consideramos que se nos hacía un daño económico, un perjuicio a la campaña de “Ven y cuéntalo”. De todas formas, esto ya lo he hablado varias veces con el propio Mingote y lo tiene muy claro. Nuestra relación es cordial. Pregúntale a él». Tampoco hoy hay rastro de fatiga en la diputada, atenta a cualquier grieta en el hormigón bipartidista.
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