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ABC Cultural

Miguel Delibes: «El Nobel, ¡un coñazo!»

GONZALO CRUZ

ANTONIO ASTORGA

Desde que falleció hace tres meses, Miguel Delibes ha vendido más de 250.000 ejemplares de veinte títulos reeditados. Si la progresión continúa, en un año la cifra superará el millón de ejemplares de obras reclamadas por su océano de lectores, que era, es y será su gran patrimonio, su gran premio.

Pero, ¿cómo era Delibes por dentro? Lo desvela sobre fondo humano el periodista y escritor Ramón García Domínguez, íntimo amigo suyo desde hace cuatro décadas, en la primera gran biografía, «conversada», sobre el titán de las letras: «Miguel Delibes de cerca» (Destino). ¿Qué le angustiaba a Delibes? El medio ambiente; murió con esa angustia, como denunció en «La tierra herida». Y la novela con la que cerró su obra, «El hereje», le provocó innúmeras dudas de pensamiento y literarias.

El premio Nobel, exigido por la legión de lectores, admiradores y devotos de Delibes, era un auténtico plebiscito universal para él, pero no le inquietaba lo más mínimo. De hecho, cuenta Ramón García Domínguez, Delibes sostenía que «al dárselo [el Nobel] a Cela, ya se había premiado a los narradores españoles de posguerra», donde él se incluía, por lo que creía que jamás se lo iban a otorgar; y si un día se lo concedían «habrá que ir a allí a recibirlo, ¡un coñazo!», mascullaba. Puesto a elegir entre Nobel y Nadal, Delibes se quedaba con el segundo, que ganó por «La sombra del ciprés es alargada».

El busto de Antonio López

Matinales de cine, la visita del escultor Antonio López a Valladolid para tomarle las medidas de un busto -«el artista me llamó apesadumbrado cuando Delibes murió porque ya no vería su busto acabado», señaló el biógrafo-, y un sentido del humor muy especial enriquecían las charlas entre Ramón García Domínguez y Miguel Delibes. En la distancia corta, Delibes era un hombre cordial, efusivo, mas pesimista y melancólico: «Dicen que los viejos nos morimos de calor. Yo creo que nos morimos de asco», decía.

Delibes se describía «físicamente débil, espiritualmente desanimado y caído, literariamente nulo», antes de que le saliera la hoja roja en su librillo de fumar picadura. Lúcido laconismo que traslucía la sabiduría de quien veía la vida desde el otro lado del camino. «Aunque vivió hasta el año dos mil... el escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz», dejó escrito su obituario, y se fue al Campo Grande. Recuerda García Domínguez que, en entrevista con ABC en 1996, tras la publicación de «He dicho», Miguel Delibes justificaba su aversión a la autobiografía: «Lo primero que una persona necesita para afrontar esta tarea es creerse importante. Abordar unas memorias sin considerarse uno protagonista es hacer oposiciones al fracaso. No, yo no me creo un tipo interesante». Acerca de su riquísima correspondencia inédita, su biógrafo descree que vea la luz algún día. Delibes no era partidario de airear sus cartas personales.

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