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El Papa y el Pepe

LA economía se va a pique, España se va al garete y el señor Bono, según dicen, se va a Roma para sustituir a Paco Vázquez en la embajada ante la Santa Sede. El asunto, hoy por hoy, no es más que un secreteo apetitoso que ameniza el menú de las mejores mesas. Un confite monjil con el que algunos se relamen y otros se indigestan. Un chisme de buena tinta (e inmejorable mala leche) que corre que se las pela en un país pelado por la mendacidad insaciable y la supina incompetencia. El rumor, sin embargo, es el aval del crédito y nada es increíble cuando el diablo enreda y el pío José Bono, casualmente, aparece a su vera. En resumidas cuentas, que así se las ponían a Fernando VII. Vázquez, luego de cuatro años de defender lo indefendible y de batirse el cobre a «contrecoeur», a contrapelo y a contraconciencia, tiene la piel llena de cardenales y está de los mismísimos hasta el solideo.

A todo esto, a Múgica le toca jubilarse dentro de cuatro días (o de cuatro semanas breves) y la poltrona del Defensor del Pueblo le viene que ni pintada al ex alcalde coruñés que tiene, como es sabido, las posaderas ambidiestras. ¿Y quién volaría entonces a cumplimentar al Papa? Lo han adivinado: Pepe. Se podrán discutir los medios (de transporte) pero no el fin (de trayecto). Cabe la posibilidad de que el presidente del Congreso viajase a caballo ¿regalado? a la Ciudad Eterna. No hay por qué olvidarse del "Porsche" familiar, aunque injertar un «Porsche» en el contexto familiar sea una «contradictio in terminis», casi un oxímoron con ruedas. Incluso es verosímil que, en un súbito arranque de vergüenza torera, irrumpiera en la curia a lomos de un camello. ¿El ojo de la aguja? Farfolla oscurantista y agujetas de Trento. Ser rico no es pecado, le pese a quien le pese, y él, que ha ganado tanto, no quiere guardar cola si ha de ganarse el cielo. Al Vaticano, pues, y ojito con la aguja no fuera a quedarse tuerto algún perro de prensa. Allí donde no llega la virtud alcanza la influencia de Antonio Cañizares, «doctor irrefragabilis» en materia de enhebres.

«Nihil novo sub sole». Nada hay nuevo bajo el sol y entre tinieblas danza una fantasmagoría añeja. A menudo el presente se conjuga en pretérito y lo que sucede hogaño es un eco implacable de lo que acontecía en tiempos. A finales del siglo XVI -tampoco cae tan lejos- acogerse a sagrado se denominaba «retraerse» y «retraídos» eran quienes usaban y abusaban del derecho de asilo de la Santa Madre Iglesia. Rodríguez Marín, el mejor retratista de nuestra picaresca, nos da noticia de ellos con la asombrosa nitidez de un forense de espectros: «La vida que los retraídos hacían en los lugares que gozaban de inmunidad, era escandalosa. Después de que un perseguido por la justicia tomaba iglesia, hallaba en el lugar sagrado la peor compaña del mundo, pero también la más divertida y alegre. No se les daba un bledo de la persecución que sufrían; allí a bandadas las coimas para visitarlos y remediarlos ropa y vituallas; allí las músicas y los votos y reniegos; allí las espantables historias de valentías y hurtos; allí los naipes y los dados, y las comilonas y las ofensas a Dios, y las burlas a los hombres... burdeles, que no lugares eclesiásticos eran aquellos».

«O tempora!, O mores!». En las zahurdas vaticanas los latines no ofenden y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. O sea, que la economía se va a pique, España se va al garete y el señor Bono, según dicen, se va a Roma a vivir junto al Papa como un Pepe. Sin sabuesos fascistas que le sigan los pasos (y los pisos) por patriota, por socialista, por cristiano. Por envidia cochina y por hacer la puñeta.

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