Suscribete a
ABC Premium

Ministros en autobús

EN todas partes cuecen habas, como no se cansa de repetir la máquina de la propaganda socialista; pero hay muchos modos de cocerlas y no todos conducen a la elaboración de un guiso apetecible y reparador. George Osborne es, en el nuevo Gobierno británico, el equivalente de nuestra Elena Salgado. Tiene edad para ser su hijo y experiencia en la gestión pública y privada como para ser su padre y se está enfrentando a la cocción de las habas de la crisis del Reino Unido con una decisión y un garbo que ya quisiéramos en estos pagos. Mientras sopesa y prepara medidas de mayor enjundia, que pueden llegar a la supresión del contrato de 200.000 empleados públicos, anunció ayer algunas de mayor urgencia. Por ejemplo, a partir de ahora todos los servidores públicos prescindirán de la primera clase en sus desplazamientos interiores y exteriores y los ministros tendrán que renunciar a sus coches oficiales.

Un ministro en el metro o en el autobús, incluso en taxi, es un espectáculo de gran contenido democrático, algo que en la vieja Europa sólo se pueden permitir en algunos países del Norte y en las Islas Británicas, en donde el sentido de la igualdad no es una religión, sino una práctica social. Aquí, ni siquiera José Blanco, el más valorado y eficaz de los ministros de José Luis Rodríguez Zapatero, podría permitirse el lujo de acudir a su despacho en un autobús de la EMT. Es más, llevado por la inercia litúrgica del poder que tanto daño viene generando entre nosotros, podría llegar a preguntarse: ¿vale la pena ser ministro sin coche oficial y todo el repertorio de bicocas que acompaña al cargo?

Aquí, el gran acontecimiento simultáneo a la declaración del ministro inglés fue la presencia en el Senado de José Montilla, presidente de la Generalitat de Cataluña que, dotado del don de lenguas y con traducción simultánea, sacó los pies del plato institucional para pontificar sobre el Tribunal Constitucional, sus usos y sus diversas aplicaciones. Todos, los veintisiete países que la integramos, somos Unión Europea; pero salta a la vista que lo somos de distinto modo y con diferentes entendimientos de la función y responsabilidad del poder. El sentido de la responsabilidad política arranca del compromiso representativo y, en la práctica, nuestros diputados representan una sigla mientras que en la Cámara de los Comunes, a los ciudadanos. De ahí nacen las diferencias.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación