Retrato de cuatro descamisados al rojo vivo

Desde que los «sans-culottes» descubrieran la libertad, igualdad y fraternidad que les brindó la Revolución Francesa en el año 1789, los desclasados del mundo han batallado por sus derechos frente a la opresión de las élites oligárquicas. En nuestro siglo XXI de la globalización democrática, esa misma lucha de clases se repite en países tan idílicos para el turismo como Tailandia, donde el Ejército ha aplastado esta semana a sangre y fuego la desdichada revuelta de los «camisas rojas».
Con tan colorista nombre se conoce a los seguidores del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, quien intenta recuperar el poder desde que los militares le derrocaran con un golpe de Estado hace cuatro años. Financiados por la enorme fortuna de Thaksin y de otra veintena de cabecillas -muchos de ellos empresarios corruptos- decenas de miles de «camisas rojas» tomaron el centro de Bangkok con una multitudinaria manifestación el 14 de marzo.
Ante la pasividad del Gobierno, en estos dos meses montaron en plena calle un campamento con carpas para miles de personas, cocinas, baños portátiles y hasta un escenario con enormes altavoces entre los rascacielos del distrito financiero y comercial de la capital tailandesa.
Protegidos por un perímetro de tres kilómetros cuadrados levantado con barricadas de bambú y neumáticos, paralizaron la ciudad y obligaron a cerrar el metro, las líneas de autobús y todas las oficinas y negocios, como las boutiques de Armani, Dior y Louis Vuitton, los lujosos hoteles Península y Grand Hyatt y el concesionario de Jaguar.
Una situación insostenible que, tras negociaciones infructuosas y violentas protestas que se han cobrado 75 vidas y 1.800 heridos, el Gobierno resolvió el pasado miércoles por la fuerza. Para desalojar el campamento, el Ejecutivo del primer ministro Abhisit Vejjajiva, que llegó al poder en 2008 después de que el Tribunal Supremo anulara la victoria electoral de un partido apoyado por Thaksin, aseguró que allí se escondían terroristas. Aunque entre los concentrados había individuos armados que sí ofrecieron cierta resistencia con pistolas y granadas, éstas son las historias de algunos de los otros descamisados, pobres e inofensivos «criminales» que huyeron despavoridos del asalto militar, en el que murieron 12 personas.
Yui Kanchanaporn. Secretara (28 años)
«Hay grandes diferencias entre ricos y pobres»
Tras estudiar Comunicación en la Universidad de Ramkhamhang, esta joven de veintiocho años encontró gracias a su hermana un trabajo como secretaria en una fábrica de maquinaria industrial de Bangkok, donde gana al mes 8.000 bahts (unos 200 euros). «Es un sueldo muy bajo porque el alquiler de mi apartamento cuesta 2.700 bahts (67 euros), le mando a mi familia una cantidad similar y el resto es lo que me queda para vivir», explicó a D7 momentos antes del caos que siguió a la dramática rendición de los cabecillas de los «camisas rojas».
A Yui, que salvó la vida refugiándose en el Hospital de la Policía, le gustaba antes el primer ministro Abhisit, pero no entiende «cómo ha ordenado al Ejército disparar contra nosotros». Por eso, se unía a las concentraciones del campamento cuando salía de trabajar, ya que cree que «Thaksin lo hizo mejor en el Gobierno, sobre todo en la economía porque es un hombre de negocios con éxito».
Nhouchan Oanphotha. Campesino (66 años)
«En el campo apenas tenemos para comer»
Con doce medallas de Buda colgadas del cuello y la tarjeta del Frente Nacional Unido de la Democracia contra la Dictadura sobre el polo rojo, este campesino de 66 años llegó a Bangkok desde el distrito de Khon Kaen junto a otras cuarenta personas en un autocar fletado por el cacique de su pueblo. «En el campo somos muy pobres y apenas hay para comer, ya que malvivimos con unos cultivos de arroz y maíz de baja calidad», se lamenta Nhouchan, quien ni siquiera tiene teléfono móvil en este país tan tecnificado en otros aspectos. Para mantener a la familia, su hija se marchó a trabajar de «camarera» a un bar de la localidad de Pattaya. En esta meca del turismo sexual en Tailandia conoció a un inglés de 53 años que los ayuda visitándolos dos veces al año y enviándoles dinero. «Me sorprende ver rascacielos tan lujosos en las ciudades cuando los campesinos vivimos en chamizos de mala muerte», concluye criticando la brecha entre ricos y pobres que amenaza la estabilidad de esta bella, pero convulsa, nación del Sureste Asiático.
Phakhamon Charoenwong. Tendera (51 años)
«La economía estaba mejor con Thaksin»
Después de tres décadas vendiendo ropa en los puestos que abarrotan la calle Sukhumvit, a Phakhamon, de 51 años, sólo le quedan unos beneficios limpios diarios de 500 bahts (12 euros). «La economía estaba mejor con Thaksin, pero en los últimos años un país pacífico y tranquilo como Tailandia se ha venido abajo por culpa del nuevo Gobierno», razona la mujer, quien incluso lloró cuando el entonces primer ministro fue derrocado por los militares. Presente en las manifestaciones de los «camisas rojas» del año pasado, se unió al campamento del centro de Bangkok el primer día y vio «morir a un hombre de un balazo en la cabeza en las protestas del 10 de abril».
Thongdec Cheonchai. Albañil (55 años)
«No hay democracia en Tailandia»
Procedente de Sisaket, una de las provincias del nordeste donde tiene su granero electoral el ex primer ministro Thaksin, este albañil de cincuenta y cinco años gana al mes unos 4.000 bahts (unos 100 euros). «La situación es precaria y no puedo trabajar más de veinte días», se lamenta. Aunque tiene cuatro bocas que alimentar, ha renunciado a su salario durante los dos últimos meses para viajar a Bangkok y manifestarse contra el Gobierno. «En Tailandia no hay democracia, ya que Abhisit se hizo con el poder de forma ilegal», critica blandiendo su única arma, un corazón de plástico con el que aplaudía en los mítines antes de que los soldados sofocaran con sus tanques y fusiles la revolución de los «camisas rojas».
Cuatro historias que se podrían resumir en muy pocas palabras: la desigualdad de la globalización es la que ha puesto en pie a estos descamisados arrollados por los vientos de la historia.
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