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Zapatero, de tabaco y oro

LEO a los revisteros que pasan el rato viendo gatos y posturitas en Las Ventas y me digo: mejor leer a estos que a los que escriben de política en los periódicos. Por lo menos leo textos trabajados a base de precisión, talento y gracia. Aunque no les gusten los toros, lean a Amorós, a Lorca y a Zabala de la Serna, tres diestros del verbo y la palabra que firman cuartillas que van más allá de la cosa taurina. Sus reflexionas, llevadas a la política, asustan de tanta verdad. De la corrida de Garcigrande, el de ABC titula: «Rosquillas tontas»; el de El País apunta: «Impúdicas figuras»; el de El Mundo: «Decepción general». ¿A qué les suena la melodía? Tres periódicos tan distantes y distintos como los citados coinciden al señalar la catástrofe. Pero ya no ocurre sólo con los toros.

Una de las virtudes (?) de Zapatero es haber demostrado que con un poco de esfuerzo y maña ha sido capaz de colocar en el desengaño a la prensa más predispuesta para ver un toro encastado donde han puesto un gato tuerto. ¿Quién, qué periódicos defienden a Zapatero? Con determinación, nadie. Ni siquiera Público, que nació para glosar las bondades del toreo de salón al que con tanto afán se da Zapatero, está por la labor. Los demás, con mayor o menor rapidez, confirman que para venir a Madrid había que estar más placeado. Zapatero se crece cuando mueve el capote al viento y no hay toro. Pero, ay, amigo, cuando suenan clarines y timbales y sale del cajón un torito de mazapán y se va directo a la contraquerencia del 9. Entonces ya no sale del burladero. El animal, que apesta a loción de afeitar, recuerda la morfología de una sardina, se llama Rescate y, aunque busca el capote, no lo encuentra porque el torero no lo quiere ver. La afición no sabe qué pensar, pero decide no protestar. Para qué. Saldrá otro toro, de nombre Recortado, y será igual; y luego otro, al que han puesto de nombre Cagapoquito. Los críticos hablaran mañana de un espectáculo tramposo y decepcionante; adulterado y desafiante, pero no pasará nada. El empresario tiene vendido todo el papel. Ruina la del espectáculo, no la suya.

La afición, o lo que quede, seguirá sentada, calentando el cemento con sus posaderas. Llamará toros a una colección de inválidos que huelen a Licor 43 y aplaudirá no sé qué pase, no sé qué lance, no sé qué vara. Vamos a los toros con la misma fe con la que votamos; con la misma que soportamos que nos traten de estúpidos y convencidos. Sabemos que hay trampa, pero no lo queremos ver. Somos una afición amable que da por buena la lidia boba y trilera que le sirven. Lo sabe Zapatero, la sabe Rajoy. Y lo saben los sindicatos. Lo sabemos nosotros. Pero, oiga, qué pereza da pensarlo. Y que siga el espectáculo.

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