¿Alguien le puede pedir a Obama que telefonee a Montilla?
SÍ, por tonto que se ponga el Tribunal Constitucional, el «hecho diferencial» existe. El miércoles, mientras el presidente Rodríguez Zapatero se desmontaba a sí mismo en la sesión parlamentaria más agónica de la democracia —algo así como la primera deconstrucción de un debate de investidura, el colapso de un proyecto ideológico, económico y social—, CiU, PSC, ERC e ICV trataban de consensuar, encerrados en un despacho del Parlament, una propuesta de reforma de la ley orgánica del Tribunal Constitucional.
Para entendernos, mientras un Zapatero cariacontecido descifraba el genoma de su propio fracaso y anunciaba al país que a partir de ahora la clase media será un poco más pobre, los partidos catalanes buscaban la manera de cambiar unilateralmente —porque ellos lo valen— las reglas del juego de la democracia. Sí, puede que tenga razón el ex presidente Jordi Pujol cuando señala que «España le ha perdido el respeto a Cataluña», pero si le damos la razón a Pujol también habremos de dársela a quienes sostienen, probablemente desde dentro del propio TC, que Cataluña le ha perdido el respeto a España. La triste verdad es que ya nada de todo esto importa demasiado. De hecho, importa tan poco que el presidente Montilla y hasta su conseller de Economía, el competente y arrogante Antoni Castells, no lo dudaron un segundo: había que aparcar la guerra abierta con el PSOE y trasladar a la opinión pública la absoluta solidaridad y sintonía del PSC con las impopulares medidas adoptadas por el Gobierno de Zapatero para ahorrar 15.000 millones.
Tal muestra de pragmatismo —desautorizada de inmediato por ERC e ICV— revela que mientras hay vida hay esperanza y que, pese a las apariencias, tal vez Montilla siga siendo un hombre cabal atrapado entre las malas circunstancias y las pésimas compañías. Tal vez todo lo que necesite sea un pequeño empujón, un poco de ayuda externa para diseñar un plan de ahorro. ¿Y si Pepe Blanco (probablemente el único del PSOE que en estos momentos mantiene la cabeza fría) le comenta a Moratinos que le diga a Hillary Clinton que le cuente a Obama que existe en la España de Zapatero un lugar llamado Cataluña donde 7.475.420 súbditos mantienen a una reina madre republicana con 236 millones de euros a su entera disposición, que reparte graciosamente entre los indígenas de Ecuador o las guarderías de Sarkozy y que en tres años ha dado 6,4 veces la vuelta al mundo sin importarle ni la crisis ni el calentamiento global?
¿Y si en la misma conversación le dejara caer que la ciudad de Vicky Cristina se ha gastado 3 millones de euros en organizar una votación popular con un procedimiento informático más caótico que el sistema electoral de Florida? ¿Y si entonces Obama decidiera tomarnos bajo su protectorado, telefoneara a Montilla y le alentara a «emprender los pasos necesarios» para dejar de hacer el ridículo antes de que el TC nos reconozca como nación?
A diferencia de Zapatero, Montilla lleva tres años explicando la verdad sobre la crisis y, de no haber sido por cómo se ha enredado con el Estatut, hasta se le habría entendido. Precisamente por eso, porque tenía un diagnóstico certero, cabe reprocharle su condescendencia, su incapacidad para suprimir los gastos superfluos de su gobierno. Montilla ha pedido sacrificios a los sufridos ciudadanos pero no ha impedido que el tripartito tirara el dinero a mansalva con ridículos y millonarios informes o caprichitos participativos como el bus del Estatut... por no volver a emprenderla con los gastos de Carod.
Dicen los consellers socialistas que durante los últimos años la Generalitat ha hecho los deberes, que ya se ha apretado mucho el cinturón y, por lo tanto, no se le puede pedir más. ¿De verdad? Si, según el republicano Joan Ridao, se pueden suprimir hasta siete ministerios, ¿de verdad aquí no podríamos apañarnos sin una vicepresidencia y un par de consellerias?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete