Lartigue, el fotógrafo de la felicidad

Nacido en el seno de una familia acomodada de la burguesía, Lartigue (1894-1986) disfrutó cada instante de su vida. Su amor a la vida se puede leer en cada una de sus instantáneas que ocupan la sala 4 de CaixaForum hasta el 3 de octubre.

La comisaria de la exposición Martine d´Astier de la Vigerie explicaba en pocas palabras su pasión por la fotografía: «Convirtió la cámara en una prolongación más de su cuerpo». Por su parte, Florian Rodari -también comisario de esta exquisita selección-, quiso dejar claro que «la máquina le ayudaba a retener los momentos felices, ante un miedo atroz a que todo su mundo desapareciera de un momento a otro».

El paseo por la vida de Lartigue es ameno, alegre e inquietante. La muestra se divide en seis ámbitos, todos imprescindibles. El primero es nada más y nada menos que «El paso del tiempo». Lartigue utilizó la fotografía como instrumento de la memoria y así descubrimos imágenes de sus padres, de su abuela, de su jardín, de su propio baño, de su primo André... Todas las instantáneas ofrecen un ecuadre bello y original. El artista, que murió con las botas puestas a los 92 años de edad, también estaba obsesionado por «La fragilidad de lo real». Descubrimos una serie de estampas de gente amenazados por una tormenta, por un gran oleaje... en definitiva, estas fotos muestran la fragilidad del ser humano.

La belleza invade todas sus obras. Arriba descubrimos una postal elegantísima de la playa de Hendaya en 1934, el País Vasco fue una de sus debilidades de la la geografía europea que tuvo la suerte de disfrutar (e inmortalizar). Las mujeres y la velocidad fueron también dos de sus temas preferidos a la hora de enfocar sus cámaras. Y su mayor sueño fue volar.