Plenitud clásica de El Juli
El resumen es bien sencillo: bajo la lluvia, que no para, consagración de El Juli , que abre la Puerta del Príncipe en una tarde redonda, de plenitud, a pesar de que el presidente le niega una oreja.
No me gusta hablar de los presidentes (ni de los árbitros, en el fútbol). Los toreros son los protagonistas. Hoy, el Sr. Teja se ha empeñado en serlo, negando incomprensiblemente a El Juli una oreja, en el primero de la tarde. Nadie en la Plaza podía imaginarse que lo iba a hacer, después de una faena completísima, rematada con la espada de forma espectacular. Todavía sigo sin entenderlo. He recordado una frase que me decía a veces Américo Castro, remedando el habla de los campesinos de su tierra natal: «¿Qué “quedrá”?»
Las orejas —para mí, por lo menos— no importan demasiado. Lo que importa es el toreo. Una oreja discutida puede perjudicar al torero. El Juli, en cambio, ha salido reforzado por este incidente. La bronca ha sido épica y el diestro ha tenido que dar dos vueltas al ruedo a petición clamorosa del público. Pocas satisfacciones más grandes tendrá en toda su vida profesional.
En su segundo, en cambio, el presidente le ha dado las dos orejas, sacando los dos pañuelos a la vez. Yo, desde luego,lo hubiera hecho al revés: dos orejas, en el primero, y una, en el cuarto. Las compensaciones...
Salvo el sexto, manso y huido, los toros del Ventorrillo son nobles, galopan con claridad, se dejan torear desde que salen. El mejor lote se lo lleva El Juli. La tarde es suya. Sus compañeros tienen menos fortuna en todos los aspectos.
El primero de Castella flaquea y no se entrega del todo. Como tantas tardes, Curro Molina pone dos grandes pares. El francés intenta muletear con suavidad pero el toro lo trompica y él se embarulla un poco. En el quinto, no le coge bien la distancia y da muchos muletazos sin unidad.
Tampoco es la tarde de Perera. El tercero es noble pero flojo: él necesita más toro. El último es el garbanzo negro de la corrida, huye de la muleta y sólo puede perseguirlo.No está fino con la espada en ninguno.
Olvidémonos ya del incomprensible episodio presidencial y vamos con el toreo de El Juli. Ya mostró en Valencia una seguridad técnica fuera de lo común. Hoy lo revalida en este conservatorio o aula del Arenal (Antonio Burgos «dixit») que es la Maestranza.
Faena redonda
Sin hacer literatura ni dejarse llevar por la pasión, su faena al primero ha sido redonda, completa, desde las verónicas, con que lo recibe, al ralentí. (¿Cómo puede embestir un toro con esa suavidad antes de varas?). Luego, derechazos, cambios de mano, naturales. Cuando acorta las distancias, lo lleva cosido a la muleta, enlazando con adornos. Dentro de su línea (hay muchas válidas, en el toreo), no cabe más. Y un cañón con la espada.
El cuarto es noble pero justo de fuerzas. El Juli lo cuida y, con buena técnica, va alargando su embestida. El final es de dominio absoluto, provoca la locura del público. He recordado una frase de Cañabate: «Los sevillanos aplauden gozosos porque “diquelan”; es decir, entienden, valoran lo bueno».
Más que estética, lo bueno de El Juli es el dominio, la técnica, la cabeza, el mando: las columnas de la tauromaquia clásica. Y la Maestranza lo sabe apreciar. Como decía Gerardo Diego, «no se puede ser un auténtico torero de Sevilla sin ser clásico».
Por eso, todas sus faenas han tenido una unidad, un sentido. Y las ha desarrollado en un palmo de terreno: así debía ser, según Corrochano, la faena perfecta.
Resumía Shakespeare: «La madurez lo es todo». Bajo la lluvia, en la Maestranza, El Juli ha lucido su plena madurez. Nunca podrá olvidar esta tarde.
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