Almodóvar, el demócrata
Un gran artista puede ser un gran botarate. Y lo digo en el sentido literal del término botarate, el del hombre alborotado y de poco juicio. Botarate de la democracia, torpe en el entendimiento del pluralismo, en la comprensión del Estado de Derecho, de la separación de poderes. Necesitado de un curso intensivo de Educación para la Ciudadanía que Almodóvar no quiso cultivar en la Transición ni treinta años después.
Hay mucho de eso en la movilización por Garzón, ignorancia más que totalitarismo, aunque hubiera tanto de lo último en el acto de los sindicatos en la Complutense. Tozuda cerrazón a admitir la sustancia jurídica del caso Garzón, empeño cerril en convertirlo en asunto político.
Incluso las lamentables incursiones anteriores de Almodóvar en el debate político pertenecen más bien a ese género. Al del joven antifranquista que no quiso enterarse de la evolución democrática de su país. Cuando leyó aquel manifiesto contra la guerra de Irak, allá por 2003, y se unió a los gritos de los manifestantes que coreaban ¡asesinos! ¡asesinos! contra el Gobierno. O, tras el atentado del 11-M, cuando afirmó que había sido un precio muy alto, pero que por fin volvíamos a la España democrática, cosa que habíamos dejado de hacer durante ocho años. O cuando acusó al PP de haber preparado un golpe de Estado. O, años después, en 2009, cuando declaró a la revista L´Express que, desde hace tiempo, España está aplastada por el PP que ha mostrado su cara más retrógrada y más reaccionaria.
En la presentación del encierro por Garzón, con aquellas glamurosas gafas de sol de interior, Almodóvar me recordó a otra botarate ilustre, Meryl Streep, que afirmó en San Sebastián aquello de que ella se exiliaba y se iba a vivir allí si Obama no ganaba las elecciones. Con el desparpajo tontuno de quien no había leído jamás una sola línea sobre ETA.
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