Suscribete a
ABC Premium

Testosterona

SOBRE la piel de rinoceronte del veterano, que no viejo, Álvarez Cascos han rebotado las maniobras torticeras que pretendían implicarlo de refilón en la vidriosa trama Gürtel, y el político de raza que habita bajo esa coriácea epidermis se ha venido arriba en la agresiva reivindicación de su honorabilidad cuestionada. Antiguo azote de la corrupción felipista, Cascos se ha blindado con actas notariales antes de pasar a una contraofensiva frontal y destemplada cuya aspereza ha levantado ronchas en el delicado cutis de la dirección marianista del PP, donde temen que la desabrida reaparición del antiguo número dos avente los fantasmas peor perfilados del aznarismo y no saben de qué perfil ponerse ante sus indisimuladas aspiraciones de retorno con bríos y maneras de paquidermo en cacharrería.

Cascos, a quien el propio Aznar tuvo que dar de lado para lijar las aristas de su proyecto en busca de una mayoría de centro, representa un estilo de testosterona política que está hoy por hoy en las antípodas de la estrategia del Partido Popular. Después de una legislatura fracasada en el empeño de un abordaje por las bravas, rudo y arriscado, contra la liquidez zapaterista, Rajoy optó por desplazar el ataque a la amura contraria, a ver si por el flanco de la levedad consigue abrir la cerrada defensa socialdemócrata. A base de rebajar dosis hormonales y dotar al partido de un toque político hermafrodita ha conseguido un progreso lento pero constante que se antoja insuficiente para los nostálgicos de la llamada «derecha sin complejos», añorantes de un talante ofensivo más cimarrón y montaraz. Por eso la irrupción del antiguo dóberman ha provocado sarpullidos entre los defensores del mestizaje táctico; los actuales dirigentes del PP temen que la comprometida denuncia de conspiraciones policiales en el caso Gürtel -que complica de manera indirecta la línea defensiva oficial ante las evidencias de corrupción- no constituya sólo el ejercicio de la legítima defensa de un honor agredido, sino un posicionamiento operativo en toda regla ante las solapadas primarias que Cascos libra para aspirar a la presidencia regional asturiana.

Ante este anhelo de regreso de su antiguo compañero de ejecutiva, y en general ante los movimientos desestabilizadores de todo el tardoaznarismo, Rajoy se ve en una tesitura similar a la que Lyndon B. Johnson tuvo que afrontar con el intrigante Hoover: indeciso sobre la conveniencia de convivir con el incómodo indio dentro de la tienda, para que orine hacia fuera, o dejarlo fuera con el riesgo de que miccione dentro. A Cascos, tan marcado por su desapacible hosquedad, quizá prefiera en el fondo mantenerlo en el exterior; el problema es que a Aznar no lo puede sacar del tippi pese a que el ex presidente anda tan a su aire que ha dado últimamente en mearse dentro. Y no es un indio cualquiera, sino el jefe moral de la tribu.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación