El ahorro como factor del miedo
LOS datos que ayer dio a conocer el Instituto Nacional de Estadística sobre el notable incremento en la tasa de ahorro de los españoles durante 2009 dejan muy poco lugar a las dudas acerca de la percepción ciudadana sobre el auténtico calado de la crisis económica. La tasa de ahorro se ha situado casi en el 19 por ciento de la renta disponible de los hogares españoles y representa el máximo anual desde que en el año 2000 empezó a contabilizarse este registro. El ahorro es casi un 6 por ciento superior al de 2008, y en el cuarto trimestre del año pasado prácticamente alcanzó el 25 por ciento, el máximo valor conocido. Dos son las causas de este fenómeno: primera, el crecimiento en más del 1 por ciento de la renta disponible bruta en las familias; y segunda, la reducción en un 5,5 por ciento del gasto familiar en consumo final. Por el contrario, la necesidad de financiación de las administraciones públicas ha crecido debido a la caída de su renta disponible en más de un 24 por ciento y a que su gasto en consumo final creció más de un 5 por ciento, datos demostrativos de que los poderes públicos tienen mucho trabajo por hacer en materia de austeridad y eficiencia.
En cualquier caso, el ahorro -un dato muy positivo que siempre contribuye a generar estabilidad en las economías- se ha convertido hoy en España en un factor de prevención ante el miedo de que las expectativas gubernamentales, siempre más optimistas que lo que la realidad se empeña en demostrar, tarden en cumplirse mucho más tiempo del que alegremente pronostica el Ejecutivo. Son muchas las instituciones financieras que insisten en que el mercado laboral en España continúa siendo muy débil, incapaz de consolidar tendencia alguna de mejora y con una probable pérdida de empleo todavía durante los próximos meses. De hecho, si a lo largo de 2010 deja de destruirse empleo no será porque el mercado remonte, sino porque ya no quedará mucho más empleo por destruir. El ahorro se configura así como una obligación que se imponen las familias para el aseguramiento de un futuro muy inestable a corto plazo, y no como un mecanismo para reactivar el consumo y revitalizar los mercados. Coyunturas sectoriales y estacionales aparte, el incremento del IVA a partir del mes de julio generará aún más retraimiento y más dudas en el consumidor a la hora de planificar sus gastos. Las expectativas, por el momento, siguen marcadas por la inseguridad y la falta de certidumbre.
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