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Zapatero pascual

POR si alguien lo ha olvidado, sólo hace dos años desde que Zapatero ganó susegundas elecciones y uno desde que tomó posesión el actual Gobierno. El desgaste abrasivo de la crisis ha convertido el tiempo volátil de la política en una eternidad letal que parece succionar gabinetes, equipos, debates y expectativas en el vértigo de un insondable agujero negro, pero la realidad objetiva del calendario indica que aún estamos en mitad de la legislatura y queda por delante otro bienio en el que todo está por decidir. La velocidad del deterioro social y económico ha provocado una esclerosis nacional tan intensa que genera la sensación de un agotamiento colectivo y reclama novedades sustanciales en un panorama extenuado; sin embargo, esa aparente urgencia histórica no se corresponde con la agenda real de la vida pública, ajena en su endogamia interesada a cualquier perspectiva inminente de colapso.

Falta mucho tiempo. Si nada parece quedar de la España alegre y confiada que renovó el mandato zapaterista bajo la inminencia de una tormenta de recesión devastadora, tampoco existe ninguna garantía de que el presente clima sociológico de cambio de ciclo perdure a través de dos años en los que nada está escrito. Mientras las encuestas le resulten desfavorables, el presidente no va a regalar un minuto de permanencia en el poder, confiado como sigue en que la alternativa se achicharre al menos tanto como el Gobierno. Las distancias demoscópicas no son todavía irreversibles; mucha más ventaja ha dilapidado en tres meses el británico Cameron tras cometer el error táctico de prometer con detalle un ajuste duro y doloroso. Hace tres años, tras la ruptura de la tregua de ETA, el zapaterismo parecía liquidado y acabó reinventándose en once meses de profundo maquillaje político. Es cierto que rara vez funciona dos veces el mismo truco, pero la capacidad de sorpresa de Zapatero, un político líquido y tornadizo, es mucho mayor que la de Rajoy, un líder almidonado y un hombre previsible del que sólo cabe esperar que se parezca a sí mismo.

El presidente sabe que la derecha lo detesta y da por amortizados los votos de esos millones de españoles que jamás lo van a apoyar; lo que le preocupa es rescatar los de quienes en el último año de quiebras y desengaños le han retirado su confianza. Eso todavía está a su alcance; el crecimiento del PP es lento y cargado de rémoras y el vuelco de los sondeos se debe al desmoronamiento socialista. A partir de ahora lo vamos a ver maniobrar con cinismo transformista en busca de la desmemoria de un electorado pragmático. Pero si su magia se ha desvanecido, como parece, le queda un recurso extremo, una pirueta final, una baza de emergencia. A día de hoy, en plena Pascua Florida, quizá sea difícil imaginar la resurrección de este mesías exhausto, pero no su transustanciación de último momento en un inesperado sucesor... o sucesora.

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