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Todo empezó con el golpe del Rey

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Alfonso XIII (con capote y casco) da el piquetazo con el que se inició la demolición de las casas

POR A. MARTÍNEZ-FORNÉS

MADRID. ABC estuvo allí hace un siglo, como volverá a estar mañana. La crónica que entonces publicamos es quizá el mejor relato de lo que ocurrió aquel día en el corazón de Madrid, y también refleja lo que ha cambiado España en esta centuria.

Aquel momento fue tan importante para Madrid que reunió en plena calle a las más altas autoridades del Estado. Junto a los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que acudieron acompañados por la Familia Real al completo, estaba el Gobierno en pleno de Su Majestad, encabezado por Canalejas -¿quién le iba a decir que dos años después moriría asesinado a unos cientos de metros, en la Puerta del Sol?- así como todos sus ministros, excepto el de Hacienda, «que se hallaba indispuesto». También fueron convocadas las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, el Cuerpo Diplomático y obviamente el alcalde, Francos Rodríguez, que ejercía de anfitrión junto a los concejales. Y con ellos, el «inmenso gentío», «la muchedumbre de gente llenaba la calle de Alcalá».

Un «empeño inverosímil»

La ciudad llevaba varias décadas soñando con esta «obra de embellecimiento y de higiene» cuyo proyecto, tal y como cuenta el cronista, cayó en el olvido porque «sobrepujaba a la voluntad la escasez de medios». Por eso, cuando «lo que parecía empeño inverosímil» por fin pudo empezar a ejecutarse recibió un «incondicional aplauso».

Sin embargo, hasta el último momento hubo problemas con los desalojos de las 352 fincas que se expropiaron. Incluso, la fecha de la inauguración tuvo que aplazarse cuatro días y no hubo tiempo para cambiar la inscripción que llevaba la piqueta de plata y oro que usó el Rey para dar luz verde a las demoliciones. Dicha inscripción decía: «Prolongación de la calle de Preciados a la Plaza del Callao y de ésta al enlace con la calle de Alcalá. Hizo la inauguración S.M. el Rey D. Alfonso XIII. 31 de marzo de 1910», y el periodista añadió: «Esta, como se recordará, era la fecha que oficialmente se designó».

Los madrileños habían esperado tanto tiempo para ver este proyecto hecho realidad, que el nuevo retraso de cuatro días se lo tomaron con humor. Al menos, así se desprende de otra crónica publicada en ABC el 1 de abril de ese mismo año: «Se conoce que la temperatura hizo reflexionar fríamente a los pequeños industriales que se resistían a desalojar sus viviendas en las casas que hay que tirar para la inauguración de las obras de la Gran Vía, y por fin empezaron la mudanza. Más vale así. Podremos, pues, el día 4 tirar la casa por la ventana y las casas consabidas por el tejado».

Y es que si este 2010 nos ha parecido un año frío, peor debió ser el inicio de la primavera de 1910. Al menos, los Reyes se abrigaron lo suyo para inaugurar la Gran Vía: «Vestía el Rey uniforme de capitán general, con largo capote y casco; S.M. la Reina Doña Victoria, traje de terciopelo negro, boa de armiño y sombrero azul, adornado con plumas negras». En semejante ceremonia no podía faltar un sacerdote, que fue «el señor Jiménez, cura de San José, cuya casa-abadía será el primer edificio demolido».

Dos discursos

En aquel histórico momento sonó dos veces la Marcha Real, primero cuando llegó la Reina Madre Doña Cristina, y después cuando lo hicieron los Reyes. Sólo hubo dos discursos. El del alcalde, que no olvidó enumerar a sus antecesores al frente del Ayuntamiento, pues el proyecto no se hubiera realizado sin sus «valiosísimos esfuerzos» , y el de Canalejas, que rindió tributo a los alcaldes y terminó con un «¡Viva el Rey!».

Después Alfonso XIII se dirigió a una pequeña plataforma adosada a la casa del cura de San José -era el número 47 de la calle Alcalá- y dio con la piqueta «un fuerte golpe en la pared. Vivas y aplausos acompañaron a la acción. La banda municipal, en aquel momento, entonó el pasodoble Dos de Mayo, del inolvidable Chueca».

Mientras el Rey firmaba el acta de la demolición, «un primoroso trabajo caligráfico sobre pergamino en color», los operarios empezaron a levantar las tejas de las casas que se iban a derribar «con tal presteza que promovieron un aplauso». Por orden del alcalde, se entregaron 25 pesetas a cada uno de los obreros que «dieron el primer golpe». «Para ellos -añadió el cronista- ha sido lo que se dice un buen golpe».

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