Domingo
, 28-03-10
ES Domingo de Ramos y es tiempo de vivir. Lo dice esta luz transparente recién derramada y este aire tibio que vaticina abriles, y lo dicen los almendros blancos del Retiro y el presagio de los cerezos de la Vera y los naranjos florecidos a la orilla del Mediterráneo. Lo dicen las mujeres que ayer aún rebuscaban en las tiendas sus vestidos de estreno, y los niños que recogían sus capirotes de procesión y sus palmas nuevas, y las beatas que salían al anochecer de los besamanos y los músicos que bruñían sus trompetas y repasaban los botones dorados de sus uniformes de gala. Lo dice el olor a cera de las iglesias, lo dicen las túnicas planchadas y los trajes dispuestos. Lo dice la cal reciente y fresca en las fachadas de los pueblos de Andalucía. Lo dicen los vencejos que bailan alrededor de las torres una danza escoltada de campanas. Lo dice la miel de las torrijas y el estampado de los linos y las sedas. Lo dice el ligero relente de las noches y la luna que crece como un bizcocho en los atardeceres. Lo dicen los sentimientos, las pasiones y la memoria. Lo dice hasta el reloj que ha madrugado la madrugada para acortar una hora la espera de esta mañana de reencuentros y esplendores. Lo dice el paisaje, la atmósfera, el ambiente de una víspera agotada en la cuenta atrás que conduce al rito de la renovación de la vida.
Siempre es así. Más allá de los años, de las lluvias, de las crisis. Más allá de los recuerdos y de los avatares, más allá de nuestras tristes peripecias. Más allá de la economía, de la política, del debate. Más allá de nuestros demonios siempre fértiles en enconos, más allá de nuestras estériles polémicas, más allá de los problemas sin resolver y de las soluciones por encontrar. Más allá del horizonte cansino de los días sin retorno y de las torpes revueltas de nuestra pasión inútil, llega este tiempo liminar que nos devuelve al punto de partida. Y cada uno con su fe o con sus dudas, con sus certezas o con sus vacilaciones, con sus consuelos o con sus desamparos, con su ser satisfecho o con su nada plena, se enfrenta a la ceremonia del comienzo, a esta proclamación exultante y vital de una naturaleza que fluye siempre hacia estos días de luz inexcusable, hacia este pálpito de emociones, hacia este tiempo efervescente de sentidos y de sentires.
Somos un pueblo de primaveras, escondido entre otoños de incertidumbre, achicharrado por veranos de fuego, aletargado por inviernos de conflicto y de perplejidad. Llevamos en el fondo del ser un ADN de soles suaves perfumados de azahar en cuyo código se cifra un ansia de plenitudes. Y ésta es la hora en que sentimos llegar esa llamada ancestral que despereza el espíritu. Quizá pronto todo vuelva a ser igual, pero no hay modo de soslayar esta vehemente plétora de emociones, esta delicada exaltación que envuelve en conmemoraciones de muerte el hálito intenso de la vida.