«La CIA se dedica al asesinato selectivo»

Tim Weiner es el autor de «Legado de cenizas», una historia de la CIA desde su fundación. Lo tiene difícil para no estar de moda con la que está cayendo sobre la Inteligencia americana y su incapacidad para hacer lo que todos pensábamos que hace: tener a todo el mundo controlado (Osama bin Laden incluido) y poner y quitar gobiernos a placer. ¿No es así en las películas?
«La gente cree que la CIA es perversa, cuando las más de las veces ha sido estúpida», nos desilusiona Weiner nada más empezar. Nueve años después del 11-S, nadie sabe aún cómo evitar que se monte en un avión americano un becario de Al Qaida -ni siquiera un veterano- con la entrepierna cargada de pentrita. Sólo días después de que Barack Obama descargara su ira sobre la CIA por este motivo, tuvo que encargar coronas fúnebres para ocho de sus agentes muertos en Khost, Afganistán.
Según Weiner, la CIA «ya no es ni intenta ser una agencia de espionaje, ya es abiertamente una organización paramilitar que se dedica al asesinato selectivo de enemigos», concluye. ¿El GAL de la Casa Blanca?
Tras el 11-S
Se suponía que la CIA tenía los asesinatos políticos expresamente prohibidos por una orden ejecutiva del presidente Gerald Ford desde mediados de los setenta. «Desde el 11-S eso cambia», constata el historiador de la agencia. También cambia el método. Ahora la central de inteligencia despacha aviones no tripulados, espías y asesinos -los famosos «drones», del críptico programa Predator, del que no se rinde cuentas a nadie- a remotos parajes de Afganistán y Pakistán. «La guerra ya se está librando entre yihadistas suicidas y «drones» asesinos y, en un futuro no demasiado lejano, llegaremos a la guerra con robots», resume Weiner.
Este periodista nos recibe en su apartamento de Riverside Drive, en Nueva York, empapelado de recuerdos de la toma de posesión de Obama. Hablamos con un entusiasta del nuevo régimen. «Con Obama no volverá a haber tortura. Nunca más», asegura. A la vez se muestra convencido de que «cada gota de agua derramada en el «waterboarding», cada minuto que un preso pasó encadenado a la pared o al techo, cada momento de miseria» no fue un error ni el acto aislado de ninguna manzana podrida, sino una política personalmente respaldada por George W. Bush.
Entonces, ¿no debería Obama investigarlo? Weiner no le ve futuro ni utilidad a una investigación así. Por lo mismo que no ve posibilidades de cerrar Guantánamo «mientras nadie tenga lo que hay que tener para aceptar que a estos criminales se les juzgue ante la justicia ordinaria. Los que no quieren eso, ¿qué esperan?, ¿qué se les fusile sin juicio y sin más al amanecer?».
Sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein: «Sadam pudo haber demostrado que no tenía armas, pero le interesó aparentar que sí, para mantener su régimen de terror; la CIA pudo confesar que no tenía ni idea de si las tenía, pero prefirió ocultar su incompetencia al presidente, quien con toda su alma quería creer que sí había armas». Según Weiner, el proceso es casi idéntico al que detonó la guerra de Vietnam.
El experto pinta una central de inteligencia en declive, completamente incapaz de velar por la seguridad de sí misma y de su país, que deviene así una especie de gigante ciego. ¿Hasta cuándo? «Estados Unidos no derrotará a los talibanes en Afganistán hasta que no se tome en serio la labor de recogida de inteligencia, y para tomarse en serio eso hay que tener americanos viviendo allí por generaciones, como los británicos en la India», afirma Weiner.
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