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Adán en la City

ESA foto de Zapatero y Gordon Brown con sus corbatas rojas en la puerta del 10 de Downing Street parecía un retrato de época: socialdemócratas al borde del abismo. Faltaba Papandreu, que al menos acaba de ganar las elecciones aunque es probable que ya se haya arrepentido al abrir los cajones del poder y encontrárselos llenos de facturas vencidas. Los tres compusieron en Londres una estampa de fracaso empecinado, de obstinación deficitaria en un modelo de quiebra social. Brown tiene señalada la fecha de caducidad en el día que él mismo elija para celebrar elecciones, ZP es ahora mismo un chicharro electoral y el primer ministro griego representa la estampa viva de la pesadumbre. Eso es la socialdemocracia europea de hoy: un grupo triste de dirigentes en horas bajas aferrados con patético encono ideológico a sus propias recetas derrotadas. Sostenella y no enmendalla.

El orgullo irresponsable del presidente español en Londres, tan ufano en una cumbre de perdedores arruinados, demuestra que no se entera de nada. O no se quiere enterar, que es peor. No se quiere enterar de que el déficit del 11 por ciento incapacita la recuperación y acogota las inversiones productivas y estructurales. No se da por aludido sobre la necesidad de ofrecer respuestas creíbles a los inquietos compradores de nuestra deuda. Y no capta, sencillamente porque no lo sabe, que eso que él llama «los mercados» no son un grupo de plutócratas ultraliberales conjurados en las Bolsas para fastidiar sus políticas de progreso sino complejas redes de inversores privados que buscan en la compraventa de valores el modo más eficaz de obtener beneficios para el dinero que invierten, entre otras cosas, en prestarle a su Gobierno recursos con los que sostener sus dádivas clientelares. A esto no le debieron llegar las dos tardes con Jordi Sevilla, pero al menos Brown, que ha sido ministro de Hacienda, le podía haber tirado de la manga antes de que se vistiese de atrabiliario Quijote rojo para arremeter con su retórica lanza de cartón contra los molinos capitalistas en la sede del mundo financiero.

Cuando el presidente hablaba sólo para el mercado interior, para nuestro celtibérico cuerpo electoral de consigna y trinchera, la escalofriante levedad zapaterista podía provocar una sensación de vacío intelectual y de proyecto pero no causaba más repercusiones que las del adelgazamiento del ya escuálido debate doméstico. Ahora, sin embargo, investido del protagonismo de la presidencia de la Unión, su superchería conceptual, su mondo adanismo y su rancia simpleza ideológica causan, expuestos al criterio europeo, un riesgo severo a la propia credibilidad del país y extienden una inquietante duda sobre los filtros de selección que rigen aquí en la vida política. Y esa desgraciada visibilidad no sólo nos hace pasar cierta vergüenza, sino que va a acabar costándonos dinero.

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