El Ejido, diez años de los linchamientos racistas

«Un polvorín. Una ola de violencia recorre la comarca de El Ejido. Grupos xenófobos organizados han incendiado chabolas en las que se alojan inmigrantes, que asustados, se esconden de las partidas de vecinos armados con palos y cadenas que recorren las calles ». Así narraba ABC, hace ahora diez años, los «vergonzosos» sucesos acaecidos el 5, 6 y 7 de febrero de 2000 en ese municipio almeriense, cuya historia quedó manchada para siempre con uno de los brotes de violencia racista más importantes de las últimas décadas en la Europa Occidental .
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Las estremecedoras imágenes de aquellos días –vecinos agrediendo al subdelegado de Gobierno, volcando coches, quemando viviendas o destrozando los establecimientos a los que acudían los inmigrantes– parecían sacadas de otra época, de «una felizmente superada en la que la explotación humana llevaba al crimen, la comisión de un delito a la venganza, el odio racista a linchamientos y persecuciones», subrayaba el editorial de ABC titulado « Vergüenza nacional ».
Los inmigrantes, como revancha, también acabaron organizándose y prendiendo fuego a varios invernaderos, mientras la Policía cargaba contra los manifestantes, «que, en actitud violenta, cercaban una zona habitada por extranjeros».
No hubo ni un solo medio de comunicación que no se hiciera eco de aquellas revueltas populares contra los magrebíes: «El Ejido convulsionado por un violento estallido de xenofobia» («ABC»), «Cientos de vecinos de El Ejido atacan a los inmigrantes y destrozan sus locales» («El País») o «Cientos de vecinos se lanzan a la “caza del moro” y al destrozo» («El Mundo»), mientras «La Voz de Almería» pedía «¡¡Paz, Paz, Paz!!».
Todo comenzó el 5 de febrero de 2000, cuando Encarnación López Valverde, una mujer de 26 años vecina del municipio, murió apuñalada por un inmigrante magrebí que intentaba robarle, cuando se encontraba comprando en un mercadillo. Esta fue la gota que colmo el vaso de una tensión que se había ido acumulando los días anteriores tras el asesinato, el 22 de enero, de dos agricultores a manos de otro inmigrante palestino.
«El Ejido se está convirtiendo en el Far West, en la Sudáfrica del Apartheid o la Cuba esclavista del siglo pasado», aseguraba en una entrevista a ABC el escritor e intelectual español Juan Goytisolo , que llevaba más de 15 años denunciando la situación de los trabajadores inmigrantes e ilegales de la localidad almeriense. Los mismos que, con su explotación, hicieron posible que el páramo improductivo que era El Ejido se convirtiera en un vergel, en el pueblo con mayor renta per cápita de España: medio centenar de oficinas bancarias y varios concesionarios de automóviles, para una población de poco más de 45.000 habitantes , daba buena prueba de ello.
«Los inmigrantes de los tempranales –aseguraba Goytisolo– viven una situación de esclavitud, porque hay que emplear esta palabra. Trabajan un número de horas que supera lo permitido por ley, no se les da ninguna facilidad para encontrar vivienda, tienen que trabajar con pesticidas, que multiplican el número de cáncer de piel y de pulmón. Se ha ocultado el número de suicidios que ocurren en el interior de los tempranales ».
Alí, un magrebí de 40 años , contaba a ABC como –a pesar de estar «en contra de la violencia» y a favor de que castiguen al asesino– un grupo de unos 50 individuos armados con palos, cadenas y navajas asaltó su «humilde» vivienda, un garaje compartido con otros tres compatriotas. «Por fortuna, a través de un patio, pudo llegar hasta el tejado. Desde allí, a una altura de unos ocho metros, pudo saltar al suelo.
Aquella fue la historia de cómo afloró toda la violencia racista latente, de unos individuos que arremetieron con saña contra otras personas cuyo único delito era compartir país de nacimiento con el agresor y haber contribuido al enriquecimiento del pueblo con sus manos. «Han pasado de la pobreza a la riqueza sin tener tiempo de asimilar el cambio, sin la menor cultura democrática, sin la menor cultura en general», declaró Goytisolo.
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