Suscribete a
ABC Premium

Suárez

Sólo he visto la mitad de la miniserie sobre Adolfo Suárez emitida por Antena 3 (la otra mitad, el primer capítulo, se lo oí contar a un entusiasmado Eugenio Nasarre mientras se le enfriaba el consomé). Me ha parecido un producto bastante digno, para lo que se estila en las televisiones. Un poco ternurista y azucarado en algunos momentos, pero es una pega menor. Resulta bastante complicado embutir cinco años de historia en cuatro horas salpicadas de anuncios, y se ha salido del paso con habilidad y honradez. Queda muy bien reflejada, por ejemplo, la aparente contradicción entre la impaciencia de la sociedad de la época por sacudirse de encima el franquismo y su inclinación mayoritaria hacia las propuestas políticas moderadas. Y también la violencia -más que estúpida, vesánica- de los extremismos. Sólo por eso, ya me parecería recomendable su reposición en un horario accesible, por lo menos, a los estudiantes de secundaria y a los universitarios.

No obstante, el Suárez reconstruido por Antena 3, que las elipsis narrativas y la distancia cronológica hacen verosímil, no es el de mi memoria personal. No digo que a éste lo recuerde como mejor o peor que aquél, pero le falta un elemento básico. El Suárez de la ficción televisada reconforta; el de la historia real irritaba a todo el mundo (en vísperas de su dimisión, incluso a sus propios compañeros de partido): a unos por excesiva cautela, a otros por desmesurada precipitación, lo que quizá signifique que Suárez acertaba y que todos los demás estaban equivocados, pero ni siquiera eso le otorgaría infalibilidad. En resumen, creo que no fue una encarnación de la providencia ni lo contrario, es decir, el logrero e improvisador de chapuzas que pintaron los socialistas. El saldo de su gestión resultó positivo, y eso le hace, sin duda, acreedor de la gratitud que ahora sólo le niegan los miserables sin remedio, pero no todo fue perfecto, porque no pudo serlo.

Un ejemplo: hace ya muchos años, asistí a una conversación entre Mario Onaindía, por entonces senador del PSOE, y Rodolfo Martín Villa. Aunque era un encuentro distendido y amistoso, Onaindía reprochaba al primer ministro de Interior de la democracia que el gobierno de Suárez los hubiera mantenido en la cárcel hasta mediados de 1977, a él y a sus compañeros de ETA, cuando ya hacía tiempo que se habían convertido en socialdemócratas. Onaindía tenía parte de razón, pero no la tenía toda. Desde luego, los escalonamientos e indecisiones en la aplicación de la amnistía complicaron la situación en el país vasco y favorecieron a los otros etarras, los que querían y podían prolongar el terrorismo. Ahora bien, el Onaindía de 1977 no era en absoluto un socialdemócrata, por más que estuviera curándose del nacionalismo revolucionario, y no pocos de los etarras amnistiados volverían a las andadas. O sea, que Suárez no lo tuvo nada fácil, y de ahí que las críticas deban ir, en su caso, atemperadas por la comprensión.

En la reciente invasión de glosas de la era de Suárez, de la que forma parte la serie mencionada, predomina un tono de nostalgia y una propensión al mito que sólo se explican por el asco y el hastío que ha producido la indecente manipulación de la llamada memoria histórica. Como se podía predecir, el resultado ha sido la generalización del disenso, que coloca a la sociedad española en la peor posición imaginable ante la crisis. Sin embargo, la salida, si es que hay alguna, no pasa por una palingénesis. A Suárez, todo el reconocimiento que merece, pero sin confundir con una solución milagrosa lo que no es más que un síntoma de angustia.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación