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Nimby

LOS españoles somos muy partidarios de la energía nuclear... en Francia. Los franceses son encantadores: fabrican electricidad para nosotros en sus centrales atómicas y se quedan con los residuos radiactivos de las nuestras; previo pago, eso sí, de importantes facturas que acaban bloqueándonos los salarios y embargando el crecimiento económico. Si no fuese por ellos, por los gabachos, nos quedaríamos sin luz con la que encender el aire acondicionado y ver la televisión de plasma. Son unos tipos estupendos que nos permiten ir de chachis ecologistas, desmantelar parques nucleares y proclamar al mundo que la tierra sólo es del viento.

En 2030, cuando se cierre la última central nuclear española, los franceses quizá hayan construido algunas más para poder seguir suministrándonos la energía que necesitamos. O a lo mejor para entonces ya tiene también alguna Marruecos, y nos puede vender electricidad a través de aquel cable submarino del Estrecho que los verdes rechazaron violentamente hasta que alguien preguntó cuánto costaba su anuencia. Nadie se ofendió de la pregunta; pusieron precio y se tendió el cable. España es un país muy rico que se puede costear caprichos ideológicos para mantenerse limpio siempre que haya otros dispuestos a recogernos la mierda.

Los anglosajones lo llaman síndrome nimby, acrónimo de «not in my back yard»: no en mi patio trasero. En español sería SPAN: Sí, pero aquí no. Es una conducta muy frecuente en problemas ambientales o sociales; nadie quiere vivir cerca de un vertedero, de una antena de telecomunicaciones o incluso de una cárcel, cuya necesidad es evidente siempre que no estén al lado. Como corresponde a un Estado descentralizado y pseudofederal hemos aplicado la doctrina a la esfera local y autonómica, de tal modo que todos somos partidarios de los almacenes radiactivos y comprendemos sus ingentes beneficios pero ninguno los queremos en la vecindad. Los riesgos, lejos, para los demás. Montilla, por ejemplo, rechaza como presidente catalán lo que aprobó como ministro de Industria, y Dolores de Cospedal expedienta como dirigente del PP castellanomanchego a alcaldes alcarreños que se creen los principios que ella misma defiende como dirigente del PP nacional. Se trata de una esquizofrenia muy divertida y guay porque se apropia de los beneficios y se desentiende de los costes. Jauja.

Como éste es un país en el que hace décadas que no se toman decisiones estratégicas, el efecto nimby va aplazando indefinidamente decisiones y problemas, lanzándolos de una autonomía a otra como pelotas en un jardín. Pero no es sólo un asunto regional: constituye una política de Estado, o más bien un remedo de ella. Y el día que los franceses suban los precios o apaguen el interruptor vamos a tener que lavar la ropa y los platos en el back yard de los adosados. Si no están embargados por impago de la hipoteca.

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