Bella sin alma

Se queja muy lastimeramente el gagman de los parados de que quieren acabar con su carrera, y lleva razón, sólo que no es la derecha la que quiere acabar con su carrera -¿por qué iba a haber menos tontos en la derecha que en la izquierda?-, sino sus compañeros de viaje en la mentecatocracia. Ni con la izquierda ni con la derecha le ha faltado nunca programa al gagman de los parados, sólo que con la derecha, al haber menos parados, también tenía menos audiencia. Ocurre que en la izquierda tiene que competir con figuras como Carmona, el ecónomo del socialismo madrileño, que cuenta en la TV que González y Guerra padecieron cárcel con Franco; o como Valenciano, la cancillera del partido, cuya infinita superioridad moral sobre cualquier género de persona, animal o cosa la ha llevado a denunciar a Munilla, «el obispo sin alma», por su «aspecto físico», que a ella le parece «desagradable». El gag tiene toda la pinta de haber sido escrito mientras la autora oía a Richard Cocciante atacar, con aquella contundencia que le daba a su sangre italiana haber nacido en Saigón, los primeros versos de «Bella sin alma», pensados para rendir las fortalezas feministas: «Y ahora siéntate allí, de frente a mí. / Escúchame muy bien y sin interrumpir. / Hace ya tiempo que quería decírtelo...» Etcétera. También ha estado gracioso López, el vasco, apelando al «humanismo cristiano», como si supiera de qué habla, para repasarle el lomo a Munilla. Ni los columnistas zen se habían atrevido a meterse en semejante jardín. En cualquier caso, pensemos en la escandalera que se desataría en la mentecatocracia si, impresión por impresión, el obispo opinara que la cancillera tiene, por ejemplo, cara de rape. ¿Es agradable un rape? Bueno, pues, para esta «bella sin alma», en Munilla, «este sujeto», «hasta su aspecto físico es desagradable». Y, arriesgándose a recibir una respuesta, le pregunta, con todo lujo de solecismos: «Sr. Munilla: tras la muerte ¿dónde van los que no tienen alma?»

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