Sanación y sofocón
He aquí a Nick Cassavetes enmendando la plana a Dostoievski cuando dijo algo que, a veces, consta en algunas revistas de paternidad ejemplar: «Un solo hermoso recuerdo de infancia y estás salvado» (lástima que no citen aquello otro de «quién no ha deseado alguna vez la muerte de su padre» que escupiera Ivan Karamazov). Y no entre hermanos sino entre hermanas desafortunadas anda el juego macabro del filme: una, Kate, enferma de leucemia y otra, Anne, concebida con el único propósito de salvarla mediante agónicos trasplantes y transfusiones... Hasta que se harta, claro, y demanda a sus padres por explotadores biológicos.
Estamos, pues, ante un tema candente como el de los «niños medicamento», asunto tan extremadamente delicado e íntimo como el aborto. Aunque el fondo y la epidermis (esa música, esos primeros planos aliñados con generales, esos volantazos maniaco-depresivos...) nos trasladen a, sí, un telefilme de sobremesa, el buen oficio del autor de «El diario de Noa» logra alzar tal «marrón» por encima de la media y la medianía. Incluyendo su marca de fábrica: la estupenda dirección de unos actores que en otras manos parecerían más incómodos o inapropiados (Jason Patric, Alec Baldwin o la «jueza» Joan Cusack). Las crías también capean sus papelones con una profesionalidad encomiable, sobre todo la pequeña gran Abigail. Caso aparte es el de Cameron Díaz en su faceta materno-compungida, quien quizá aceptó el papel para compensar aquella publicitada negativa de alegrar oralmente los últimos días de Josh Morten, chaval también con leucemia (y cara de granito, claro). En definitiva, una cinta mejor de lo que cabía temer (no le ponemos la tercera estrella por hacernos los duros), para llorar a buen ritmo y, con suerte, reflexionar un poquito sobre la vida, la sanación, la familia y la muerte. Quizá no en ese orden.
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